7.- El ser es lo que vale
El hombre se afana en descubrir a Dios, pero no se afana en descubrirse a sí mismo. ¿Cómo es ese hombre que busca a Dios?.
Si no te conoces a ti mismo no podrás conocer a nadie. Tú te moverás como un autómata. Si provienes de una familia que se deprimía, tú seguirás deprimiéndote. Si tu familia ha sido agresiva, tú tomarás la agresividad como lo más corriente.
En otras culturas, cuando un hombre decide morir, elige al hijo mayor para que sea el que tenga el privilegio de tirar de la cuerda para ahorcarse, y los amigos y parientes celebran ese ahorcamiento con un banquete. Pues esto es una clase de programación como otra cualquiera. No son mejores a las que nosotros tenemos. Si las cosas que consideras «malas» no las haces porque te programaron para no hacerlo, ¿Qué mérito tienes?.
El sentido de culpabilidad y el miedo que te han metido en el cuerpo, son la causa de que evites hacer las cosas que consideras «malas». Actúas como un robot programado. Si no te paras, bien despierto, cada vez que vayas a decidir una cosa, a sopesar la realidad y las consecuencias que puedan sobrevenir de lo que vas a hacer, ¿Cómo vas a ser responsable de lo que decidas?.
De la otra manera, aun cuando no seas culpable de una programación que te han impuesto sin tu consentimiento, si eres ahora culpable de decidir por hábito sin preocuparte de las consecuencias. Tienes la obligación de despertar, y una vez despierto y consciente, ya eres libre para decidir lo que quieras.
Conócete bien a ti mismo y de dónde proceden tus motivaciones antes de juzgar «malo» o «bueno» a nada ni a nadie. ¡Dios nos libre de los que se creen santos! Decía Santa Teresa: «Ese señor, si no fuese tan “santo”, sería más fácil convencerle de que anda equivocado».
Los que mataron a Jesús, si nos creemos que eran malos, es que no hemos entendido para nada el Evangelio. Los fariseos eran los «buenos» oficiales, y los publicanos eran considerados bandidos, porque cobraban los impuestos a los pobres y se sometían a los ricos. Se les consideraba — con razón — los exprimidores de los pobres, pues los ricos nunca pagaban. El recaudador eran un hombre protegido por el Gobierno, y por eso se le llamaba «publicano». Pues bien, Jesús trataba con ellos, y de entre estos publicanos, Jesús sacó un amigo, uno de sus apóstoles.
Dicen que Gandhi hablaba primero y después practicaba, y que Jesús practicaba antes de hablar, y por eso nadie podía prever lo que iba a hacer. Si hoy viviese con nosotros sería — a lo mejor — hasta capaz de ir a comer con Reagan (¡que ya es!), escandalizándonos a todos los que creemos tenerlo todo claro.
Jesús desmontó y rompió todos los esquemas y cuestionó las palabras sagradas de la Biblia. Cuestionó su interpretación y la manipulación que se hizo de ellas. A Jesús no le interesaba que le reconociesen como Mesías — el Mesías que ellos esperaban —, sino que lo que quería era ser El mismo fiel a la verdad.
En la presencia de Jesús todo ser queda develado, no hay medias tintas, porque Jesús es la plena autenticidad. «Si no odias a tu padre y a tu madre...» no eres tú mismo y no podrás seguirle. Odiar a la figura del «padre» y la de «madre», no a la persona, es lo que está diciendo Jesús. Si aún vives de lo que tus padres grabaron en tu mente, y no eres capaz de emanciparte, es como si tus padres y su cultura respondieran por ti. Más vale la consciencia que la adoración, porque la consciencia es, en sí, adoración, despertar a la verdad de Dios. «Más vale el hombre que el sábado», dijo Jesús, cargándose la programación más perseguida por la religión judía. Y por eso mataron a Jesús, por «blasfemo». ¡Cuántas veces habremos crucificado a Jesús con nuestras «buenas intenciones»!. Krisnamurtí dice: «Todo conocimiento corrompe.
Todo pensamiento y concepto corrompe». Somos esclavos de ellos».
«Perdónales, Padre, que no saben lo que hacen». No crucificaban a Jesús, sino sus conceptos. Al decir «hombre», ¿A quién me refiero?. Si nos referimos a la palabra hombre, sin concepto, es un nombre genérico, un hombre libre de toda añadidura, como cuando digo árbol. Estoy nombrando a un hombre sin historia, sin cultura, sin sexo, que se puede aplicar tanto desde al hombre cavernario como al de ahora; al niño y al viejo; a la mujer y al varón; al chino como al africano. Cuando hablamos del hombre general, pues, hemos de desnudarlo de todo concepto. Ningún concepto puede definir a Dios. Santo Tomás dice que hay tres maneras de conocer a Dios: en la Creación, en la actividad (la vida) y en la oración, pero que la manera más real es conocerlo como El Gran Desconocido.
Extracto del libro:
La Iluminación es la Espiritualidad
Anthony de Mello
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