¿Pero qué pasa con el sufrimiento? ¿Por qué habríamos de celebrar el sufrimiento? ¿No suena un poco masoquista? Nuestro sufrimiento está muy basado en el miedo a la impermanencia. Nuestro dolor está enraizado en nuestra visión parcial y recortada de la realidad. ¿A quién se le ocurrió que podíamos tener placer sin dolor?
Pero eso es algo que se promociona ampliamente en nuestro mundo y es una idea aceptada por todos. El dolor y el placer van unidos, son inseparables. Podemos celebrar su existencia, son algo ordinario: el nacimiento es algo doloroso y delicioso, la muerte es dolorosa y deliciosa.
Todo lo que acaba también es el principio de otra cosa. El dolor no es un castigo y el placer no es un premio.
La inspiración y la desdicha son inseparables. Siempre queremos librarnos del dolor en lugar de ver que funciona en polaridad con la alegría. La cuestión no consiste en cultivar uno de ellos y oponerlo al otro, sino en relacionarnos adecuadamente con el lugar donde estamos.
La inspiración y la desgracia se complementan mutuamente, y si sólo sintiéramos inspiración, nos volveríamos arrogantes. Si sólo tuviéramos desgracias, perderíamos nuestra visión. Sentirnos inspirados nos anima, nos hace darnos cuenta de lo vasto y maravilloso que es nuestro mundo. Las desgracias nos hacen humildes.
La gloria de nuestra inspiración nos conecta con la sacralidad del mundo. Pero cuando el tablero se gira y nos sentimos desgraciados, esa experiencia nos suaviza, madura nuestros corazones y se convierte en una base que nos permite comprender a los demás. Podemos celebrar ambas circunstancias, la inspiración y la desgracia; podemos ser grandes y pequeños al mismo tiempo.
Extracto del libro:
Cuando Todo Se Derrumba
Pema Chödron
Fotografía de Internet