Cuentan que en la ciudad de Phoenix, Arizona, una joven madre de 26 años se quedó silenciosa mirando el rostro de su pequeño hijo que padecía una leucemia terminal. Como cualquier madre, deseaba que su hijo creciera y realizara todos sus sueños, pero ahora ello no era posible pues la enfermedad se llevaría pronto a su pequeño.
No obstante, como ella deseaba a toda costa que los sueños de su hijo se realizaran, tomó la mano del pequeño y le preguntó:
—George, ¿alguna vez pensaste en lo que querías ser cuando crecieras? ¿Soñaste alguna vez y pensaste en lo que harías con tu vida?
—Mami, siempre quise ser bombero cuando creciera.
Ella se dirigió entonces a la estación de bomberos. Allí conoció a un bombero de nombre Bob, un hombre de corazón tan grande como Phoenix. Ella le explicó el último deseo de su hijo y le preguntó si era posible darle a su hijo de seis años un paseo alrededor de la cuadra del hospital en un camión de bomberos.
Bob le contestó:
—Mire, podemos hacer algo mejor que eso. Tenga a su hijo listo el miércoles a las siete en punto de la mañana y lo haremos “Bombero Honorario” durante todo el día. Él puede venir con nosotros a la estación, comer con todos y salir cuando recibamos llamadas de incendio o de ayuda. Si usted nos da sus medidas, le conseguiremos un verdadero uniforme de bombero, con un sombrero y un casco verdadero que lleve el emblema de la estación de Phoenix, no uno de juguete, sino el amarillo que nosotros utilizamos, además de sus botas de hule. Todo eso es hecho aquí, así que lo podremos conseguir todo para el miércoles.
Tres días más tarde el bombero Bob recogió a George, le puso el uniforme oficial y lo condujo desde la cama del hospital hasta el camión de bomberos.
El chico tuvo que sentarse en la parte de atrás del camión y le permitieron ayudar a conducirlo de regreso a la estación. El chico se sentía como en el cielo.
Hubo tres llamadas a la estación y George atendió con los bomberos las tres en camiones diferentes: en el camión tradicional, en el microbús paramédico y también en el carro del jefe de bomberos. También le tomaron vídeos para las noticias locales de televisión.
Habiendo hecho realidad su sueño y con todo el amor y la atención que le fueron dados, George fue tocado tan profundamente en su corazón, que logró vivir tres meses más de lo que cualquier médico hubiera pronosticado.
Una noche, todas las señales vitales comenzaron a decaer dramáticamente y el jefe de enfermería, que creía en el principio de que nadie debe morir solo, comenzó a llamar a los miembros de la familia para que vinieran al hospital. Luego, recordó el día que George había sido un bombero, así que llamó al jefe de la estación y le preguntó si era posible que le enviara a un bombero uniformado al hospital para que estuviera con el niño en sus últimos momentos.
El jefe dijo:
—Haremos algo mejor, estaremos allí en cinco minutos. ¿Me puede hacer un favor? Cuando oigan las sirenas y las luces centelleando, podría avisar por los altoparlantes que no hay ningún incendio, sino que el departamento de bomberos va a visitar a uno de sus mas destacados miembros y, por favor, ¿podría abrir la ventana de su cuarto?
Cinco minutos después, un gancho y la escalera del carro de bomberos llegaron al hospital, se extendieron hasta el tercer piso donde estaba la ventana abierta del cuarto de George y seis bomberos subieron por ella y entraron al cuarto.
Con el permiso de su mamá cada uno de ellos lo abrazó y lo arrulló diciéndole cuánto lo amaba.
Con aliento agonizante el chico miró al jefe de los bomberos y le dijo:
—Jefe, ¿soy verdaderamente un bombero ahora?
El jefe le respondió;
—¡Sí, señor!, claro que lo eres.
Con esas palabras George cerró sus ojos por última vez.
¿Será que siempre podremos realizar nuestros sueños?
¿Podemos ser parte de los sueños de nuestros niños?
¿No será que son los sueños los que nos sostienen en la vida?
Extracto del libro:
La culpa es de la vaca 2a parte
Lopera y Bernal
Fotografía de Internet