Hay una mujer francesa que fue guardando todas las cartas de amor que le enviaba su esposo. Antes de casarse él le había escrito unas preciosas cartas de amor. Cada vez que ella recibía una carta suya, saboreaba cada una de sus frases —cada una de sus palabras— porque eran muy dulces, comprensivas y estaban llenas de amor. Siempre que recibía una carta de él, se ponía muy contenta y la guardaba en una caja de galletas. Una mañana, mientras ordenaba el armario, descubrió la antigua caja de galletas en la que guardaba todas las cartas de su esposo. Hacía mucho tiempo que no las había visto. La caja de galletas le recordó una de las épocas más maravillosas de su vida, cuando ella y su esposo eran jóvenes, se amaban y creían que no podrían vivir el uno sin el otro.
Pero en los últimos años, tanto ella como su esposo habían sufrido mucho. Ya no disfrutaban estando juntos, conversando, ni escribiéndose cartas. El día antes de encontrar la caja, su esposo le había dicho que tenía que viajar por negocios. Ya no disfrutaba estando en casa y quizá buscaba encontrar un poco de felicidad o de placer en sus viajes. Ella lo sabía. Cuando su marido le dijo que tenía que ir a Nueva York para una reunión de negocios, ella le respondió: «Si tienes que trabajar, por favor, hazlo». Ya se había acostumbrado a ello, era algo muy corriente. Cuando en lugar de volver a casa como estaba planeado, él le telefoneó diciendo: «He de quedarme dos días más porque me quedan aún varias cosas por hacer», ella lo aceptó sin rechistar, porque aunque él estuviera en casa, ella no era feliz.
Después de colgar el teléfono empezó a ordenar el armario y descubrió la caja. Era una caja de galletas Lu, una marca muy famosa en Francia. Sintió curiosidad porque hacía mucho tiempo que no la había abierto. Dejó el trapo de quitar el polvo, abrió la caja y percibió el aroma de algo que le resultó muy familiar. Sacó una de las cartas y se quedó allí plantada, leyéndola. ¡Qué dulce era! Su lenguaje estaba lleno de comprensión y amor. Se sintió refrescada, como un trozo de tierra seca que por fin hubiera recibido la lluvia. Abrió otra carta para leerla, porque eran maravillosas. Al final dejó la caja sobre la mesa, se sentó y leyó, una tras otra, las cuarenta y seis o cuarenta y siete cartas que había. Las semillas de su felicidad pasada seguían estando allí. Habían estado enterradas bajo muchas capas de sufrimiento, pero seguían allí. Mientras leía las cartas que su esposo le escribió cuando era joven y estaba muy enamorado, sintió que se iban regando las semillas de felicidad que había en ella.
Cuando haces algo parecido, riegas las semillas de felicidad que yacen en el fondo de tu conciencia. Últimamente su esposo no se había expresado con esa clase de lenguaje en absoluto, pero ahora, al leer las cartas, volvía a oírle hablar de aquella forma tan dulce. La felicidad había sido una realidad para ellos. ¿Por qué ahora vivían en una especie de infierno? Apenas recordaba la última vez que le había hablado de aquel modo, pero había sido una realidad para ellos. Su esposo era capaz de hablarle con aquel lenguaje.
Extracto del libro:
LA IRA (El dominio del fuego interior)
Thich Nhat Hanh
Thich Nhat Hanh
Fotografía de Internet