La confusión y la ignorancia nos hacen creer que somos los únicos que sufrimos, que nuestro hijo o nuestra hija no sufren, pero en realidad siempre que sufras, tus hijos también sufrirán, porque estás en cada célula del cuerpo de tu hijo, en cada célula del cuerpo de tu hija. Cada una de sus emociones y percepciones son tus emociones y percepciones. Por eso debes recordar la visión que tenías al principio de que él y tú, de que ella y tú, sois una misma cosa. Entabla un diálogo con tus hijos.
En el pasado has cometido errores, has hecho sufrir a tu estómago. Tu forma de comer y beber, de preocuparte, ha afectado mucho a tu estómago, tus intestinos y tu corazón. Eres responsable de ellos, al igual que lo eres de tus hijos, no puedes negar este hecho. Sería mucho más sensato acercarte a tu hijo y decirle: «Querido hijo, sé cuánto estás sufriendo. Durante muchos años has sufrido enormemente. Cuando tú sufres, yo también sufro. ¿Cómo podría ser feliz cuando mi hijo sufre? Reconozco que los dos hemos estado sufriendo. ¿Podemos buscar juntos una solución? ¿Podemos hablar? Quiero de veras restablecer la comunicación entre nosotros, pero sola no puedo hacer gran cosa. Necesito tu ayuda».
Si en tu condición de padre o de madre dices este tipo de cosas a tu hijo, la situación cambiará porque sabes hablar con afecto. Tu lenguaje nace del amor, de la comprensión y la iluminación. La iluminación sobre el hecho de que tu hijo y tú sois uno, y de que la felicidad y el bienestar no son una cuestión individual, porque os incumben a los dos. Así que lo que digas a tu hijo tiene que nacer del amor y la comprensión, de la comprensión de que no existe un yo separado. Puedes hablar de este modo porque comprendes la verdadera naturaleza de los dos. Sabes que tu hijo es tal como es, porque tú eres tal como eres. Sois interdependientes. Tú eres tal como eres, porque tu hijo es tal como es. No sois dos seres separados.
Practica el arte de vivir conscientemente. Practícalo para llegar a ser lo bastante hábil para recuperar la comunicación: «Querido hijo, sé que tú formas parte de mí. Eres mi continuación, y cuando sufres yo no puedo ser feliz, de modo que veámonos y resolvamos las cosas. Por favor, ayúdame». Tu hijo también puede aprender a hablar del mismo modo, porque comprende que si su padre sufre, él tampoco puede ser feliz. A través de la práctica de ser consciente, el hijo siente la realidad de que no existe un yo separado y aprende a restablecer la comunicación con su padre. Y quizá sea él quien inicie el diálogo.
Con una pareja ocurre lo mismo. Habéis prometido vivir como una sola persona. Con gran sinceridad, habéis prometido compartir la felicidad y el sufrimiento. Decir a tu pareja que necesitas su ayuda para empezar de nuevo, no es más que una continuación de la promesa que os hicisteis. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de hablar y escuchar así.
Extracto del libro:
LA IRA (El dominio del fuego interior)
Thich Nhat Hanh
Thich Nhat Hanh
Fotografía de Internet