Durante la hora y media que estuvo leyendo aquellas cartas, regó las semillas de felicidad que había en ella. Comprendió que los dos habían sido torpes porque no habían regado las semillas de felicidad que había en ellos, sino las semillas de sufrimiento. Después de leer las cartas, sintió el deseo de sentarse para escribirle una carta y contarle lo feliz que había sido en aquella época, al principio de su relación. Le escribió que deseaba que volvieran a descubrir y recrear la felicidad de aquellos años dorados. Ahora podía volver a llamarle «querido mío» con absoluta honestidad y sinceridad.
Tardó cuarenta y cinco minutos en escribirle aquella carta. Era una auténtica carta de amor, dirigida al encantador joven que le había escrito las cartas que guardaba en una caja. Leerlas todas y escribirle otra le llevó tres horas. Fue un tiempo de práctica, pero ella no sabía que estaba practicando. Después de escribirle la carta, se sintió muy ligera por dentro. Aún no se la había mandado, él no la había leído aún, pero ella ya se sentía mucho mejor porque las semillas de felicidad se habían despertado de nuevo, habían sido regadas. Subió a la planta de arriba y dejó la carta sobre el escritorio de su esposo. Y durante el resto del día se sintió feliz, porque las cartas habían regado las semillas positivas que había en ella.
Mientras leía las cartas y escribía a su esposo, descubrió algunas cosas. Ninguno de los dos había tenido suficiente destreza. Ninguno de los dos había sabido conservar la felicidad que se merecían. Con sus palabras, con sus acciones, habían creado un infierno para ambos. Los dos aceptaban vivir como una familia, como un matrimonio, pero habían dejado de ser felices. Después de comprenderlo, ella confió en que si los dos intentaban practicar, podían volver a ser felices. Se llenó de esperanza y dejó de sufrir como lo había hecho en los últimos años.
Cuando su esposo volvió a casa, subió al piso de arriba y vio la carta sobre el escritorio. En la carta ella había escrito: «Soy en parte responsable de nuestro sufrimiento, de que no tengamos la felicidad que ambos merecemos. Empecemos de nuevo para restablecer la comunicación entre nosotros. Hagamos que la paz, la armonía y la felicidad vuelvan a ser una realidad». Él pasó mucho tiempo leyendo la carta y observando a fondo lo que ella había escrito. No sabía que en aquel momento estaba meditando, pero él también estaba practicando, porque al leer la carta de su esposa las semillas de felicidad que había en él también estaban siendo regadas. Estuvo allí durante un buen rato, observando profundamente y descubriendo lo mismo que ella había hallado el día anterior. Gracias a lo cual ambos tuvieron la oportunidad de empezar de nuevo y recuperar la felicidad.
En la actualidad la gente, los enamorados, han dejado de escribirse cartas. Sólo descuelgan el teléfono y se dicen: «¿Haces algo esta noche? ¿Salimos?». Eso es todo, y ya no puedes guardar nada, pero es una lástima. Hemos de volver a escribir cartas de amor. Escribe a tu ser amado: a tu padre o a tu hijo; o quizá a tu hija, a tu madre, a tu hermana o a tu amiga. Dedica un tiempo a escribir, para expresar el agradecimiento y el amor que sientes.
Extracto del libro:
LA IRA (El dominio del fuego interior)
Thich Nhat Hanh
Thich Nhat Hanh
Fotografía de Internet