martes, 16 de junio de 2015

EL AMOR EN LA PAREJA


Hay otro sendero unos metros a mi derecha. Alguien con quien me encontré me hizo notar su presencia, corre paralelo a éste pero está bastante mas arriba. Parece si me tomara el trabajo de llegar hasta allí podría ver algunas cosas que desde donde estoy no se alcanzan a distinguir (siempre se ve mas allá desde un lugar mas alto). Me doy cuenta de que escalar no sería una tarea fácil y que aun después de llegar, caminando a esa altura podrá caerme y lastimarme. También me doy cuenta de que no estoy obligado a hacerlo.

Sin embargo me invaden dos emociones, por un lado me frena la sensación del absurdo esfuerzo inútil, ya que mirándolo desde aquí parecería que los dos caminos llegan al mismo lugar, por otro me anima, misteriosamente, la intuición de que solo lograré completarme si me atrevo a transitar el camino elevado. ¿Qué hacer?.

Desde hace mas de medio siglo la sociedad parece estar enseñando que la pareja es necesariamente una especie de antesala del matrimonio, éste un pasaporte a la familia y aquélla la garantía del hospedaje eterno (hasta que la muerte los separe) en una especie de sofisticado centro de reclusión al que deberíamos ansiar entrar como si fuera la suprema liberación.

El mecanismo propuesto opera así: Uno escoge una pareja, se pone de novio, acuerda una fecha de casamiento, participa de la tal ceremonia e ingresa con su cónyuge en una especie de prisión llamada con cierta ironía el “nidito de amor”. Llegados ahí, uno le echa el primer vistazo sincero al compañero de cuarto. Si le agrada lo que se ve, se queda allí. Si no es así, empieza a planear su escape de prisión para salir a buscar otra pareja, rogando tener mejor suerte o reclamando ayuda para aprender a elegir mejor.

La solución del problema de la insatisfacción en la vida de parejas desdichadas, planteada modernamente por la sociedad que supimos construir, es separarse, comenzar otra vez con otra persona mejor para uno. En otras palabras, para el 80% de todas las parejas, y el 50% de los matrimonios, que la pareja haya fracasado es la consecuencia de la incapacidad de cada uno para elegir la persona adecuada.

En la Argentina siempre nos jactamos de ser capaces de encontrarle un problema a cada solución. el problema que aporta esta solución es que el cambio de destino carcelario es siempre muy doloroso. Hay que repartir los bienes, los males, los hijos y los regalos, hay que pasar por el dolor de abandonar los sueños, hay que soportar perder los lugares y abandonar a algunos amigos, y como si esto fuera poco, hay que vivir con el residuo de miedo a la intimidad y con la desconfianza de que las siguientes relaciones también puedan fallar.

Ni que hablar del daño emocional a los otros habitantes del nido, si los hay. Los hijos, que muchas veces se imaginan que son de alguna forma responsables de esa ruptura y otras son arrastradas a permanecer en el lugar de trofeos disputados, terminarán preguntándose , de cara a su propio dolor, si valdrá la pena transitar el proyecto de construir una familia.

Planteado así, el único antídoto para todo este dolor parece ser lamentablemente, permanecer prisionero, cerrar la puerta con llave, abrir una pequeña ventana por donde espiar la vida y conformarse con mejorar un poco la relación matrimonial durante el resto de nuestra existencia, deseando secretamente que no sea demasiado larga. En el mientras tanto se supone que uno aprende a sobrevivir en un matrimonio hueco, a llenarse de comida, de alcohol, de drogas, de trabajo, de televisión, o de fantasías de infidelidad.

¿HAY OTRA POSIBILIDAD?
Existe un enfoque de las relaciones amorosas mas alentador y a mi modo de ver, mas preciso. (ver siguiente post).

Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay
Fotografía  tomada de internet