miércoles, 23 de septiembre de 2015

LA MAGIA DE ENAMORARSE


En un vano intento de aportar algunos datos sobre la magia y sin ninguna posibilidad de saber por que sucede, me atrevo solamente a establecer dos hechos que, sin lugar a dudas, son necesarios para que el enamorarse suceda:
  1. El otro debe tener (o yo imaginar que tiene) una virtud o cualidad que yo (aunque sea por el momento) sobrevaloro. Quiero decir, eso que el otro es, tiene o hace me parece increíblemente valioso. (Si en ese momento de mi vida sobrevaloro la estética, me enamoraré de alguien que se ajuste a los modelos de belleza del momento, si en ese momento me parece fundamental el dinero, me enamoraré de alguien que tenga buena situación económica, y lo mismo con la inteligencia, el color de la piel, la simpatía, etc.) 
  2. Para enamorarme es imprescindible que yo tenga la predisposición “enamoradiza”. Quiero decir, que yo esté dispuesto a perder el control racional de mis actos enamorándome. Si bien este concepto está en contra de nuestra idea de que enamorarme me pasa mas allá de mi deseo, parece ser que esto es cierto después, cuando ya estoy enamorado. Es decir, antes, si yo no estoy dispuesto a dejarme arrastrar por la pasión, si no estoy decidido a vivir descentrado, si me niego a perder el control, el enamoramiento no sucede.
En una charla una señora me preguntó si no podía ocurrir que uno hiciera centro en otro, no por estar enamorado, sino por no poder hacerse cargo de su propia vida. Yo le contesté que a simple vista puede parecerse, pero que es bien diferente.

Uno siempre sabe que está enamorado cuando está pasando, y sabe que el otro se volvió el centro de su vida por esa circunstancia. Cuando esto sucede porque soy un imbécil que no puede hacerse cargo de su propia vida, a los demás puede parecerles, como no es lo mismo.

Una cosa es estar enamorado, otra cosa es ser un idiota irresponsable, son cosas diferentes.

Una cosa es ser un soñador y otra es no despertarse para ir al trabajo.

Una cosa es que yo te mire con ojos embelesados y parezca un bobo, y otra muy distinta que yo sea un bobo y que mis ojos parezcan embelesados.

Es verdad que cuando estoy enamorado a veces parezco un imbécil, pero no necesariamente lo soy. (Podría suceder que un imbécil esté enamorado, pero una cosa no debe deducirse de la otra.)

De todas maneras, y aunque aceptemos que no es un estado permanente, convengamos en que durante esos fugaces momentos de pasión uno parece abrir su corazón a otra realidad mayor y vive cada pequeño hecho con una intensidad que posiblemente añore cuando la pasión se termine. Al decir del poeta Antonio Machado.

En el corazón tenía la espina de una pasión.
Logré arrancármela un día
Ya no siento el corazón
...

Aguada espina dorada
quién te pudiera sentir
en el corazón...
clavada.

Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay
Fotografía  tomada de internet