jueves, 12 de noviembre de 2015

SI NO VIVES EN PAZ, AMAR NO ES SUFICIENTE


Un hombre joven que sufría de depresiones llegó a mi consulta y expresó así su malestar: «Estoy casado con una mujer muy difícil... Me es infiel hace mucho tiempo y no quiere tener sexo conmigo. Cada vez que puede me dice que soy un fracasado, me considera un inútil y se burla de mi físico. Tenemos un hijo y prácticamente yo soy el que lo cría porque ella nunca está en casa. Odia a mi familia y a mis amigos. Vivo triste y amargado [llanto]. A veces quiero quitarme la vida...». Llevaba cinco años en esta mezcla de tragedia e indignidad y aunque sobrevivía a base de medicamentos y ayudas psicológicas, no era capaz de tomar la decisión de dejarla. Cuando le pregunté por qué seguía con ella, su respuesta fue: «La amo». Es difícil de entender cómo el desamor se resiste tanto en situaciones como éstas: si mi paciente hubiera dejado de amarla, la tortura no habría durado tanto. Sin embargo, se sentía atado por un sentimiento que seguía vivo como el primer día. Más allá de sus motivaciones psicológicas y las explicaciones clínicas, quiero señalar que el mismo «argumento afectivo» de persistencia («La amo» o «Lo amo»), mantiene atrapadas en relaciones enfermizas a millones de personas. Se ha vendido tanto la idea de que el principal motivo de la unión conyugal es el amor, que su sola presencia justifica cualquier cosa.

A una mujer mayor, que vivía infeliz y doblegada en su matrimonio, le pregunté por qué había acudido a mi consultorio, y respondió: «Vengo a que usted me ayude a no quererlo más». Le expliqué que nadie deja de amar a voluntad: no puedes desenamorarte «deseando desenamorarte». El mecanismo no funciona de este modo, aunque sí es posible racionalizar el sentimiento, enfriarlo un poco e intentar tenerlo bajo control. Con entrenamiento y algo de estoicismo podemos conseguir que la emoción no apabulle a la razón. De todas maneras, afirmar que el amor justifica el tormento de una mala convivencia es incomprensible.

Propiciar una ruptura con la persona que te hace sufrir, aunque la ames, implica cambiar un sufrimiento continuado e inútil por un dolor más inteligente, que se absorbe gracias a la elaboración del duelo: «Te amo, pero te dejo. Y lo hago no porque no te quiera, sino porque no me convienes, porque no le vienes bien a mi vida...». Cambiar de carril, cambiar un dolor interminable y sostenido por otro de feliz desenlace, aunque el amor insista, te empuje y te idiotice. Podríamos afirmar que algunas separaciones funcionan como una cura por desintoxicación; lo que más duele es el síndrome de abstinencia: el pico donde la máxima necesidad se enfrenta a la máxima carencia. Pero a partir de allí, una vez superado el clímax de la angustia, el organismo empieza a recuperarse poco a poco. La máxima es como sigue: si no vives en paz, amar no es suficiente. Y ésa es la razón por la cual algunas separaciones habría que notificarlas al público en general y hacer una fiesta de celebración.

Extracto del libro: 
Manual Para No Morir de Amor 
Walter Riso
Fotografía de internet