Carta 20
¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!
«El 90 por ciento del éxito simplemente se basa en insistir.»
Woody Allen
Apreciado amigo, apreciada amiga:
Lo que a veces puede parecer algo negativo, un obstáculo, un freno, un revés a lo que consideras tu propósito, una experiencia vivida como fruto de la mala suerte, quizá sea en realidad lo mejor que te podía ocurrir...
En relación con ello, quiero contarte uno de mis cuentos favoritos. Lo encontré en el libro Ligero de equipaje, de Carlos G. Vallés, S. J. Dice así:
Una historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo caballo para cultivar sus campos.
Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para condolerse con él y lamentar su desgracia, el labrador les replicó: «¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!».
Una semana después, el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una manada de caballos salvajes. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su buena suerte. Éste les respondió: «¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!».
Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes, cayó y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró aquello como una desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: «¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!».
Unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al hijo del labrador con la pierna rota, le dejaron tranquilo. ¿Había sido buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!
Si adoptamos la actitud del anciano labrador, el rumbo que elijamos será mucho más fácil de seguir y viviremos mucho más felices.
Hay que despreocuparse de la suerte (que puede ser mala, buena... o inexistente) y avanzar sin pensar en esas fuerzas ocultas y misteriosas que, según creen algunos, gobiernan nuestras vidas.
Sólo así, confiadamente, podremos, como dijo Verdi, «mostrar la música que llevamos dentro».
¡Así que adelante! ¡Danos el placer de escuchar tu música, de contemplar tu obra, de ver tu proyecto, de construir tu sueño!
Y SI ALGO OCURRE EN TU RUMBO Y LO VIVES COMO UN REVÉS, PIENSA: «¿BUENA SUERTE? ¿MALA SUERTE? ¡QUIÉN SABE!».
La suerte, en cierta forma, podemos crearla. Utilizando la visualización. Los mejores atletas del mundo son grandes visualizadores, ven, sienten, viven y experimentan con su imaginación antes de ir al estadio.
Visualiza, es decir, imagina con claridad lo que quieres que sea tu trabajo, tu proyecto de vida, tu propósito. Imagina que aquello que anhelas ya está realizado y que estás disfrutando de ello.
Imagina las circunstancias que deseas, aquellas con las que te sentirías en tu rumbo, plenamente feliz.
Mantén esas imágenes en tu mente y evoca los sentimientos y sensaciones de alegría, bienestar, tranquilidad, humor, plenitud, etc., que sentirías viviéndote en esas circunstancias. Recuerda que el inconsciente es tu mayor aliado y su lenguaje es el de la imaginación. Activa en él la búsqueda de esas circunstancias que tanto anhelas, trabaja para conseguirlas y no dudes de que él hará todo lo posible para complacerte.
Esta actitud de afirmación positiva irá venciendo tus propios miedos y dudas, y por simpatía o sintonía atraerá a aquellas personas y circunstancias que van a contribuir a la realización de esa demanda, más cuando se trate de una demanda buena y positiva para ti y para los demás.
Te invito a que lo pruebes con pequeñas cosas, si quieres. Y verás lo que es la magia...
Recibe un fuerte abrazo, cálido y muy afectuoso.
Álex
P. D. Si tuviera que elegir mis preferidas de entre todas las frases, citas, poesías y oraciones hermosas que he leído y oído, en libros, canciones, películas y a través de la tradición oral, la que voy ahora a compartir contigo estaría entre las primeras. O quizá sería la primera.
Se la conoce como La invitación, y corresponde a un libro del mismo título que te recomiendo vehementemente. La escribió Oriah Mountain Dreamer, una mujer canadiense conocedora de las costumbres y creencias de los indios norteamericanos.
La invitación es como una oración que, súbitamente, me pone en contacto con aquello que sé esencial en mí... con aquel llamémosle «lugar» en el que, desnudo de todo lo accesorio, lo único que queda es lo realmente importante..., el lugar donde está mi verdadero yo.
Acógela como un regalo que un buen día nos hizo Oriah a toda la humanidad... y hasta la próxima carta.
No me interesa saber cómo te ganas la vida. Quiero saber lo que ansias, y si te atreves a soñar con lo que tu corazón anhela.
No me interesa tu edad. Quiero saber si te arriesgarías a parecer un tonto por amor, por tus sueños, por la aventura de estar vivo.
No me interesa qué planetas están en cuadratura con tu Luna. Quiero saber si has llegado al centro de tu propia tristeza, si las traiciones de la vida te han abierto o si te has marchitado y cerrado por miedo a nuevos dolores. Quiero saber si puedes vivir con el dolor, con el mío o el tuyo, sin tratar de disimularlo, de atenuarlo ni de remediarlo.
Quiero saber si puedes experimentar con plenitud la alegría, la mía o la tuya, si puedes bailar con frenesí y dejar que el éxtasis te penetre hasta la punta de los dedos de los pies y las manos sin que tu prudencia nos llame a ser cuidadosos, a ser realistas, a recordar las limitaciones propias de nuestra condición humana.
No me interesa saber si lo que me cuentas es cierto. Quiero saber si puedes decepcionar a otra persona para ser fiel a ti mismo; si podrías soportar la acusación de traición y no traicionar a tu propia alma (...).
Quiero saber si puedes ver la belleza, aun cuando no sea agradable, cada día, y si puedes hacer que tu propia vida surja de su presencia.
Quiero saber si puedes vivir con el fracaso, el tuyo y el mío, y de pie en la orilla del lago gritarle a la plateada forma de la luna llena: «¡Sí!».
No me interesa saber dónde vives ni cuánto dinero tienes. Quiero saber si puedes levantarte después de una noche de aflicción y desesperanza, agotado y magullado hasta los huesos, y hacer lo que sea necesario para alimentar a tus hijos.
No me interesa saber a quién conoces ni cómo llegaste hasta aquí. Quiero saber si te quedarás en el centro del fuego conmigo y no lo rehuirás.
No me interesa saber ni dónde ni cómo ni con quién estudiaste. Quiero saber lo que te sostiene, desde el interior, cuando todo lo demás se derrumba.
Quiero saber si puedes estar solo contigo y si en verdad aprecias tu propia compañía en momentos de vacío.
Extracto del libro:
La brújula interior
Conocimiento y éxito duradero
Álex Rovira Celma