Creo que la resistencia de algunos de nosotros a los pactos se debe a que los vivimos como si fueran las paredes de aquella prisión a la que me refería al principio.
Intento demostrar que no solo no es tal, sino que mas bien es todo lo contrario.
Un pacto de respeto a la individualidad, un contrato de mutuo acuerdo explicitado y consensuado, un modelo renovable de convivencia, un conjunto de pautas que por definición son cuestionables y modificables permanentemente, lejos de esclavizar liberan. Mas que transformase en la celda, un pacto se constituye en una llave de entrada y de salida de cada encuentro.
Faltaría contestarse, con toda sinceridad, si somos capaces de establecer una pareja pactando clara y definitivamente que no tenés por que desear lo que a mi me gusta.
Y nos debemos mutuo respeto por encima de todas las cosas.
Y que esto implica no solo aceptar sino HONRAR nuestras diferencias.
Y que la prisión no es tal porque la pareja es una elección de un lugar donde estar. Y que la puerta estará siempre abierta (por lo menos para salir).
No solemos elegir voluntariamente esa libertad para nosotros, seguramente porque no queremos concedérsela a los demás, sin embargo, de todas maneras la tenemos porque la libertad es un derecho irrenunciable y una condición inevitable.
Aunque escojamos armarnos nuestra propias cárceles de ideas, levantando paredes y forjando rejas de acero detrás de las cuales nos sentiremos encerrados, claro, pero con la seguridad que solamente se puede obtener de lo previsible, de lo estático, de lo eterno. Aunque allí dentro me muera de asfixia, de angustia o de aburrimiento.
Queremos pensar que se ama una sola vez en la vida y para siempre, aunque sepamos que no es verdad. Preferimos retorcernos de miedo controlando lo que el otro hace cuando no estamos juntos y seguir aferrados a la idea de que no podríamos vivir el uno sin el otro, aunque sabemos que sin el amado la vida igual continúa aunque no continúe igual.
Y lo pensamos, en gran medida, porque hemos sido enseñados a creer en estas mentiras. Falsedades para sostener la idea de la prisión deseable, pero también para condicionar una forzada fidelidad o una machista exclusividad (hasta hace 30 o 40 años los hombres pretendían ser únicos en la historia de las mujeres de bien, y las mujeres se conformaban con ser la última de los hombres de bien).
En este aspecto nuestra medrosa educación ni siquiera ha sido equitativa. Las víctimas sindicadas de esta distorsión son las mujeres. Se hayan dado cuenta o no, gran parte de las mujeres de aquellos tiempos han sido condicionadas por esta idea de que la mujer tenía que conformarse con un solo amor y con un solo varón, para toda la vida.
Angeles Mastretta le hace decir a uno de sus personajes.
“Cuando la expectativa de la vida de una mujer era de 45 años, con un amor era suficiente, pero ahora que una va a vivir como 80... con un solo amor no alcanza. ¡Por lo menos dos!”.
La historia de que se ama una sola vez en la vida y para siempre, es mentira.
Es mentira que sea necesariamente para siempre y es mentira que no pueda ser mas que una vez en la vida.
Un día por el caminito de un country, me cruzo con un señor que después de separase de su primera mujer se había vuelto a casar. Yo lo conocí cuando todavía estaba casado con la primera. Aquella relación aparentaba ser espectacular. En un momento determinado, cada uno por su lado había dedicado toda su locuacidad a describir el amor que sentía.
En la mesa, mientras las mujeres freían unas empanadas, alguien le pregunta como le va con este segundo matrimonio, y el cuenta de lo mucho que ama a su segunda mujer. Cuando ese alguien, que había conocido su relación anterior, le pregunta si pudo dejar de amar a la primera para poder amar a la segunda, el responde:
- ¡No! ¡Aquello no era amor, el verdadero es éste!.
¿Por qué negar ese amor?. El no podía aceptar que había amado, que había dejado de amar y que ahora amaba a otra mujer. Tenía que desprestigiar el otro amor para poder darle lugar a éste. Los viudos y las viudas a veces hacen lo mismo, dicen: éste es el verdadero amor, el otro no lo era y ahora me doy cuenta, o pero, aquél era el verdadero amor y entonces no podré nunca volver a amar verdaderamente.
Me gusta remarcar que se puede amar a alguien, que se puede dejar de amar y que se puede después amar a otra persona.
Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay
Fotografía tomada de internet