La mente humana tiene una doble potencialidad. En ella habita el bien y el mal, la locura y la cordura, la compasión y la impiedad. La mente puede crear la más deslumbrante belleza o la más devastadora destrucción, puede ser la causante de los actos más nobles y altruistas o la responsable del egoísmo más infame. La mente puede dignificar o degradar, amar u odiar, alegrarse o deprimirse, salvar o matar, soñar hasta el cansancio o desanimarse hasta el suicidio.
Como veremos a lo largo de este libro, la mente humana no es un dechado de virtudes a la hora de procesar la información.
Tal como sostenía Buda, ella es la responsable principal de nuestro sufrimiento. El conflicto es claro: no podemos destruirla ni prescindir de ella radicalmente, pero tampoco podemos aceptar la locura y la irracionalidad sin más. La complejidad de la mente no justifica resignarnos a una vida de insatisfacciones, miedos e inseguridades.
¿Qué hacer entonces? Conseguir que la mente se mire a sí misma, sin tapujos ni autoengaños, para que descubra lo absurdo, lo inútil y/o lo peligroso de su manera de funcionar.
Que se sorprenda de su propia estupidez. Para cambiarla mente debe hacer tres cosas: (a) dejar de mentirse a sí misma (realismo), (b) aprender a perder (humildad) y (c) aprender a discriminar cuándo se justifica actuar y cuándo no (sabiduría). Realismo, humildad y sabiduría, los tres pilares de la revolución psicológica.
Puedes liberarte de las trampas de la mente y crear un nuevo mundo de racionalidad, donde la emoción esté incluida.
Un pensamiento razonable y razonado que te lleve a crear un ambiente motivador donde vivas mejor y en paz contigo mismo. No me refiero al Nirvana o al Paraíso terrenal, sino a una vida bien llevada, la buena vida de los antiguos.
¿Es posible cambiar la mente? Mi respuesta es un contundente sí. Podemos revertir el proceso de irracionalidad que comenzó hace cientos o miles de años. Tenemos la capacidad de hacerlo. Basta ver las "mutaciones mentales" que ocurren en un sinnúmero de personas que han logrado sobrevivir a situaciones límites. Tenemos el don de la razón, de la reflexión autodirigida, de la autobservación, de pensar sobre lo que pensamos. Somos capaces de damos cuenta de los errores y desaprender lo que aprendimos. Esa es mi experiencia como terapeuta.
Este libro es el producto de años de investigación en el
área cognitiva del comportamiento, es decir, del sistema de procesamiento
de información humano, tanto en la actividad clínica
como en la vida académica. Mi intención ha sido divulgar los
avances más importantes en Terapia Cognitiva para que el
público se informe e intente aplicar algunos principios que han
demostrado ser especialmente útiles en un sinnúmero de trastornos
psicológicos y dificultades de la vida diaria. Creo que
la psicología cognitivo-comportamental ha evolucionado mucho en el último cuarto de siglo y ya es hora de que intentemos hacer promoción y prevención de salud psicológica.Pensar bien, sentirse bien va al encuentro de los antiguos y
representativos racionalistas sin oponerlos a la moderna terapia
cognitivo-informacional. Creo que el auge de la Nueva
Era y ciertas corrientes postmodernas y postracionalistas (que
piensan que la emoción prevalece sobre la razón) han creado
una serie de malos entendidos sobre la importancia del pensamiento
racional en el proceso del bienestar humano. Para
algunos fanáticos (que nada tienen que ver con el movimiento
de la inteligencia emocional, el cual respeto mucho),"pensar
racionalmente" es improductivo y poco recomendable. Pero,
si el pensamiento está out, no tenemos esperanza de cambio.
Toda la investigación actual en psicología apunta a lo mismo:
si pensáramos mejor, actuaríamos mejor.
Esto no implica negar la importancia que la emoción y el
afecto tienen en el comportamiento humano. Habrá ocasiones
en las cuales pensamos mal porque nos sentimos mal y otras en
las que nos sentimos mal porque pensamos mal. El énfasis dependerá
del caso. Si sufres de un síndrome premenstrual, pensarás
mal porque te sientes mal (es posible que te invada el pesimismo
o que empieces a ver a tu marido como el peor de los idiotas).
Pero si padeces de un trastorno obsesivo compulsivo, es muy
probable que pensar mal hará que te sientas mal. No se trata de
negar el pensamiento, sino de aprenderlo a usar, de ponerlo
en su lugar y potenciar sus posibilidades.
La compleja capacidad de razonar con la que contamos
nos aleja de nuestros antecesores animales, no importa lo que
digamos y las analogías que pretendamos establecer a partir
de las similitudes bioquímicas halladas con los primates. El
problema no sólo es cuantitativo, sino cualitativo. Nadie niega
que algunos primates también tengan cierto nivel de autoconciencia,
pero en el ser humano la capacidad de autorreflexión
alcanza un grado notable de expansión que, entre otras
muchas cosas, le permite preguntarse por el sentido de la vida,
trascender psicológica y espiritualmente y mostrar una creatividad
sin límite.
La mente inventa la cultura, o mejor, es la cultura. Tal como
decía Fromm, tenemos la capacidad de vivir en una contradicción
permanente entre lo que en verdad somos y lo que
quisiéramos ser. Provenimos de la naturaleza, pero nos alejamos
de ella en tanto somos individuos que se piensan a sí
mismos, capaces de amar y dar nuestra vida por un ser querido
o un ideal, contradiciendo el más elemental instinto de
supervivencia. Amor y razón, los motores de la humanización.
Odio e irracionalidad, la fuerza deshumanizante, el retroceso,
la involución.
Extracto del libro:
Pensar bien, sentirse bien
Walter Riso
Fotografía de internet