Esta historia es ahora cosa del pasado. En aquella época vivía  en la provincia de Heian-Lung  Chian,  en el noreste de la China, un conejito blanco, cuya madriguera estaba al lado del antro de un león. Ping-Pang era un conejillo encantador  que adoraba  retozar  entre  la hierba  y el rocío; siempre  estaba dispuesto a reír y a divertirse.  Tenía esposa y siete hijos.  Su vecino, Chong-Chang  era todo lo contrario:  un viejo león gruñón,  arrogante y solitario. 
¡Siete hijos  -exclamaba  precisamente  aquella mañana el viejo león-, y es la tercera camada del año! ¡Decididamente, mi pobre Ping-Pang,  eres un irresponsable! 
-Pero, Señor -se defendía el conejito blanco-, nunca nos metemos en su territorio,  y he advertido seriamente a mis hijos al respecto. 
-Sin duda, pero  vuestra  misma existencia  ya es una molestia,  un absudo. 
-Sin   embargo ... 
-Yo soy bello y noble,  una orgullosa melena corona mi testa, mi piel brilla al sol; mi mirada  imperiosa  y mis rugidos inspiran respeto ... , mientras que tú eres un animal ridículo e inútil. 
Prudentemente,  Ping-Pang  no  respondió  y continuó brincando   al sol. Pero  cuando   ejecutó   tres  bellas   cabriolas ante la cueva del león,  éste fue presa  bruscamente   de un furor espantoso: 
-¡Ya es suficiente!  -rugió-    ¡No voy a soportar  más tus modales insolentes!  Te doy cuarenta y ocho horas para encontrar  otra madriguera.  ¡Si  tu familia de piojosos no se ha largado en dos días,  os aplastaré con mi pata a todos, hasta el último! 
-Pero   Señor   -argumentó   Ping-Pang   azorado-, ¿cómo quiere que descubramos  en tan poco tiempo el terreno arenoso, bien expuesto al sol, que se necesita para excavar una  nueva  madriguera?   Tenga piedad,  Señor,  mis crías todavía  no  tienen  pelo,  ni siquiera  han  abierto  los ojos.  Se lo suplico,  Señor, denos un poco más de tiempo ... 
-¡Dos   días,  ni  un  segundo  más!  -rugió   Chong- Chang. 
El conejito volvió a su casa pensativo.  Estuvo meditando hasta la noche.  Finalmente  su humor  amable reaparecio. 
-He    resuelto nuestro  problema  -confió  a su esposa-,   no te preocupes por nada. 
Se acostó, tranquilizado,  y en la madriguera todos durmieron en paz. Al día siguiente, cuando apareció el alba de dedos de rosa, Ping-Pang se dirigió a la cueva de su terrible vecino: 
-Oh     grande  y  poderoso  Chong-Chang   -dijo  haciendo  una  gran inclinación-, ayer estuve buscando  un emplazamiento para instalar una nueva madriguera, de acuerdo con sus órdenes,  noble Señor... 
El león dio un gruñido de aprobación. 
-   ... y conocí, al otro lado de la montaña, un animal que declaró:  «Yo  soy el más fuerte, el más poderoso,  el rey de este valle y de todas  las tierras  a la redonda».   Y rugió  de un modo  terrible.  Su aspecto  espantoso   me heló la sangre, ¡todavía tiemblo  ahora! 
-¡Estúpido    «culiblanco»,     miserable    conejo  de monte! ¿ Por  qué  no  explicaste    a ese animal   pretencioso    que  soy YO  el más fuerte,   el más poderoso,   el rey de todas las tierras a la redonda? 
-¡Se  lo dije, Señor!  Se rió y me respondió  que le derribaría de un manotazo,  que le aplastaría  como a un vulgar mosquito. 
-¡ARRUUUU... GH! -explotó  el viejo  león-     ¿Ese fanfarrón, ese bufón, pretende que me aplastará  de un manotazo?  Llévame  hasta él,  me lo comeré de un bocado ... 
-Es que...  -vaciló Ping-Pang. 
-¡Tienes miedo! -dijo riéndose  burlonamente Chong-Chang-   ¡Pongámonos en camino inmediatamente!  -aulló. 
-Bien,  Señor -dijo  el conejito  humildemente. 
Mostraba  un aspecto tan humilde, tan contrito  y tan sumiso que cualquiera  que no fuese el león habría desconfiado. 
El  camino fue largo, pues Ping-Pang  daba muchos rodeos,  mientras su compañero se ahogaba en una vana cólera: 
-¡Cómo!  -se decía a sí mismo-    ¡Osar  desafiarme,  a MÍ,  Chong-Chang,  qué imprudencia!  ¡Reduciré  a voluntad a ese fatuo,  a ese  jactancioso,   haré de él un esqueleto para las hienas, carroña para los buitres! 
Y el viejo león se enardecía a medida  que la caminata se prolongaba.   Caía la  noche  cuando  Ping-Pang  se detuvo: 
-Señor  león  -dijo  esbozando  una  reverencia-,   el que afirma que le aplastará  de un manotazo  está  aquí,  al fondo de este pozo. 
Chong-Chang     se   arrojó    inmediatamente      sobre    el brocal y volvió hacia  el fondo del pozo su rostro  irritado. Entonces vio una bestia espantosa que mostraba unos horribles  colmillos  entre  sus  belfos  entreabiertos.   Chong- Chang tuvo como un escalofrío.  Pero se dominó.  Su cara se descompuso  de cólera,  una mueca de pesadilla  le respondió,  y cuanto más se sofocaba de rabia, más manifestaba un coraje parecido el otro animal. Chong-Chang  explotaba, su adversario  echaba  espumarajos,  y los rugidos  de ambos se mezclaban en un solo  grito abominable:
-¡ARRUUUUU...GH!
-¡ARRUUUUU...GH!
Cuando  el eco de esos rugidos apenas empezaba a extinguirse,  Chong-Chang oyó una risita divertida. A unos pocos pasos de distancia el conejito blanco, erguido sobre sus patas traseras, se burlaba abiertamente  de él. Entonces el viejo  león  sintió bruscamente  la fatiga de la caminata, el peso de los años, la melancolía de su soledad. Comprendió que se había enfurecido contra su propia imagen,  su reflejo  en el agua del pozo. Sintió vergüenza.   Decidió no volver más a su guarida y terminar sus días al otro lado de la montaña.
Ping-Pang, alisándose  el bigote, regresó tranquilamente a su casa.
***
-¿Qué es la Vía? -pregunta el discípulo.
-La  percepción  aguda  de la  evidencia    de las  cosas
-dice el maestro zen.
Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel

