martes, 29 de marzo de 2016

HISTORIA DE RYONEN


Ryonen, cuyo nombre significa «clara comprensión», era una muchacha adornada con todas las gracias. Con su blanca tez anacarada, su espesa cabellera dispuesta en un pesado moño en la frágil nuca y sus ojos profundos como un lago, era elegante y fina, y su compostura era perfecta. Ryonen pertenecía a una noble familia de guerreros samuráis, poseía un gran talento como música y también estaba dotada para la pintura y la poesía. La emperatriz se fijó en ella entre todas las damas de palacio y la hizo entrar en su círculo íntimo. Ryonen tenía entonces diecisiete años, y esta historia tenía lugar hacia el año 1700, en el período Edo, durante el shogunato de Togugawa Toshimune, cuyo sabio gobierno proporcionó al Japón un largo ciclo de paz y prosperidad. 

Ryonen no se contentaba con ser maravillosamente bella, sino que unía a las cualidades del espíritu las del corazón, y todo el mundo, desde la más noble dama hasta la menor sirvienta, la amaba. Por eso la sorpresa y la consternación fueron unánimes cuando anunció que deseaba retirarse a un monasterio para estudiar el Zen. Su familia, alertada, se negó rotundamente. Ryonen insistió. Se llegó a un compromiso. Primero Ryonen tenía que casarse y tener tres hijos, entre ellos un varón para asegurar la continuidad del linaje. Después, si todavía lo deseaba, tendría libertad para afeitarse la cabeza e ir a mendigar su alimento por los caminos con una escudilla de arroz en la mano, o para ir a esconder su belleza en un templo zen. Ryonen respetaba a su familia y a sus antepasados, y se inclinó. Y la vida siguió su curso apacible. Su familia, tranquilizada, pensaba que habría olvidado completamente su capricho. A la edad de diecinueve años, Ryonen se casó con un gran señor en medio de fastos extraordinarios. Le dio dos hijas, que prometían ser tan gentiles como su madre, y un niño sólido y tranquilo, el pequeño Oshiba. 

Pues bien, una mañana, Ryonen declaró a su estupefacta familia que debía abandonarles para seguir su destino. Deseaba retirarse a un templo zen y servir en calidad de monja. Ni sus padres, ni su esposo, ni sus hijos pudieron disuadirla. Ryonen se fue. A los veintiséis años su belleza seguía siendo esplendorosa, y la maternidad la había vuelto aún más bella. Cuando se presentó en el templo de Edo y pidió al maestro zen Tetsugyu que la aceptara como discípula, éste, después de mirarla largo tiempo, le dijo: 

-Ryonen, eres demasiado bella, tu cabellera es demasiado espesa y brillante, tus ojos son lagos oscuros llenos de sortilegios. Serías una ocasión de desorden y perturbación en nuestra comunidad. No puedo admitirte. 

Entonces Ryonen se afeitó la cabeza, se deshizo de todas sus joyas e incluso de un brazalete que llevaba en el tobillo desde su infancia, se puso un vestido de pobre y se presentó ante el maestro zen Hakuo, en un templo desconocido alejado de la capital. El maestro la miró largamente y le dijo: 

-Ryonen, veo tu cabeza afeitada y tu vestido miserable, por tus palabras adivino la sabiduría de tu corazón y presiento tus virtudes, pero eres demasiado bella; el nácar de tus mejillas haría perder la cabeza a mis discípulos más jóvenes, e incluso los de más edad verían su meditación perturbada. No puedo admitirte.

Entonces Ryonen partió por los caminos, meditando en su corazón. Una mañana, al pasar junto al puesto de un vendedor de buñuelos, agarró de pronto la sartén ardiente, se la aplicó a la mejilla derecha y la mantuvo el tiempo su- ficiente para infligirse una herida monstruosa. En unos instantes, su belleza excepcional desapareció para siempre.

¡Cortad esa cebada de delante de la ventana!
 Quiero volver a ver
Las montañas lejanas.
Buson (1715-1783)6

El Zen nos enseña que somos de este mundo, pero que no hay que dejarse encerrar en él y que hay que apartar todo obstáculo. Pues vivimos en una casa abierta, cuyas puertas un «soplo» apenas perceptible hace golpear poco a poco hasta el infinito, hasta las «Montañas lejanas».

Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel