¿Quién no ha estado alguna vez con alguien que nunca toma partido por nada o que adopta alternativamente posiciones contradictorias sin intentar resolverlas o comprenderlas siquiera? Recuerdo que en cierta ocasión asistí a un seminario con el sociólogo Lipovetsky y, cuando le preguntaron si era de derechas o de izquierdas, respondió tranquilamente: «Depende del día: a veces soy de izquierdas y a veces soy de derechas.» Esa actitud sorprendió a gran parte del auditorio y también a mí. Asumir una actitud flexible no implica ser un barco sin rumbo en medio del océano. Andar a la deriva en cuestiones ideológicas o éticas, sin un camino claro por donde transitar, puede resultar altamente contraproducente para el sujeto e incluso para la sociedad. Imaginemos que un ministro de Economía dijera: «Según mi estado de ánimo a veces soy republicano y a veces demócrata.» ¿Su ministerio tendría éxito? Muy probablemente no. Su política económica sería un fenómeno indescifrable y vaporoso y las protestas irían en aumento.
No digo que haya que resolver siempre y a cualquier precio todas las dudas y conflictos en los cuales estamos enfrascados, pero tampoco debemos quedar atrapados necesariamente en ellos y eliminar por arte de magia cualquier proceso de toma de decisión en aras de una comodidad intelectual o emocional. Ciertas contradicciones son insostenibles per se, por ejemplo: un ateo / creyente, un psicópata / defensor de los derechos humanos o un verdugo / amable.
Una de las cuestiones básicas que definen la flexibilidad es precisamente el proceso de búsqueda de información sin temor al cambio. La gente flexible no carece de opiniones; las tiene, pero no son intocables. Es decir, la flexibilidad psicológica se mueve entre el dogmatismo tenebroso de las mentes oscuras y la indolencia haragana de las mentes etéreas. El término medio son las convicciones racionales y razonadas: «Tengo ideas, puedo sustentarlas de manera racional y estoy dispuesto a oír seriamente otros puntos de vista.»
Una mente indefinida y apática es una mente voluble y despersonalizada que no es capaz de reconocerse a sí misma. Líquida: que se escapa, que se derrama, que toma la forma del recipiente que la contiene o permanece indefinida e inconsistente. Vacía de toda idea, la mente líquida coquetea con el nihilismo, no fija posiciones ni se compromete.
Comte-Spomville17 dice sobre el nihilismo:
«El nihilista es aquel que no cree en nada (nihil), ni siquiera en lo que es. El nihilismo es como una religión negativa: Dios ha muerto, arrastrando con él todo lo que pretendía fundar: el ser y el valor, la verdad y el bien, el mundo y el hombre. Ya no queda otra cosa que la nada, en todo caso nada que tenga valor, nada que merezca la pena ser amado o defendido: todo vale lo mismo y no vale nada.» (p. 371)
Porque una cosa es apegarse irracionalmente a las propias creencias como si fueran una verdad absoluta y otra es fluctuar entre los extremos de una indefinición que jamás toma forma. La mente líquida piensa que si todo es relativo, nada vale ni nada es cierto. Repito: una cosa es tener posturas flexibles y otra muy distinta no saber dónde se encuentra uno. En palabras del filósofo Onetto:18
«En resumen, si aceptamos como igualmente legítimas todas las posiciones, su validez, su verdad, podemos ir perdiendo la capacidad de denuncia, de compromiso, de lucha por una convicción.» (p. 109)
De una mentalidad hueca y fofa, nada significativo puede surgir. Tal como afirmaba Lucrecio:19 «De la nada, nada proviene» (Ex nihilo, nihil fit). Si no hay un núcleo central, no hay producción psicológica y hay muy poco que dar y muy poco que crear. Veamos tres respuestas líquidas a preguntas no líquidas.
A un hombre mayor:
—¿Qué opinas de lo de Irak?
—No sé... Irak... Eso queda muy lejos de aquí... No me compliques la vida...
A una estudiante próxima a graduarse:
—¿Qué opinas del calentamiento global y las implicaciones para las generaciones venideras?
—Algo leí ... ¿Pero eso qué tiene que ver conmigo?...
No entiendo...
A un joven conductor de taxi:
—¿Cuál es tu opinión acerca del matrimonio entre homosexuales?
—¡Yo qué sé! ¿Acaso tengo cara de homosexual?
La mente líquida no asume el control de su vida, se deja llevar por la marejada, y por eso es mediocre y trivial. Para los líquidos es mejor mimetizarse, diluirse en el conjunto indiferenciado de la población, pasar desapercibido y eludir cualquier responsabilidad. La motivación se convierte en algo tan instantáneo y volátil que el solo hecho de profundizar produce molestia, pero no por miedo a que las ideas los tambaleen (sería el caso del dogmático), sino por simple y llana pereza. Su negligencia está en la omisión, en permanecer ocultos, en no brillar con luz propia.
17. Comte-Sponville, A. (2003). Diccionario filosófico. Barcelona: Paidós.
18. Onetto, F. (1998). Ética para los que no son héroes. Buenos Aires: Bonum.
19. Lucrecio (2002). De la naturaleza de las cosas. Barcelona: Ediciones Folio.
18. Onetto, F. (1998). Ética para los que no son héroes. Buenos Aires: Bonum.
19. Lucrecio (2002). De la naturaleza de las cosas. Barcelona: Ediciones Folio.
Extracto del libro:
El arte de ser flexible
Walter Riso