viernes, 3 de junio de 2016

ÉRASE UNA VEZ TRES JINETES


Érase una vez tres jinetes. El primero, completamente vestido de oro, brillaba como un sol. El segundo, vestido de blanco y plata, resplandecía. El tercero, color de bronce, era gris de la cabeza a los pies. Los tres frecuentaban el espeso bosque próximo a Osaka. Las frías noches de invierno, los pobres leñadores les oían pasar. A veces vislumbraban las grandes espadas brillando bajo la luna. Y todos regresaban a sus casas aterrorizados. 

***

Una noche de año nuevo, el pobre Gohei temblaba de frío en su cabaña. Decidió arrancar algunas tablas para encender fuego. Apenas había levantado tres tablas cuando surgió ante él un viejecito, al que había hecho salir de su escondrijo. 

-¿Quién eres, y qué hacías bajo el suelo de mi casa? 
-preguntó Gohei. 
-Soy el dios de los pobres y me había refugiado en tu casa para pasar tranquilamente el invierno --dijo el intruso. 

Gohei, que tenía buen corazón, le invitó a calentarse y a compartir su modesta comida. Cuando el dios hubo vaciado su escudilla, se acarició el estómago con satisfacción y declaró: 

-¡Ahora me tomaría con gusto un vasito de sake! 
-No tengo sake-confesó Gohei. 
-¡Cómo! ¡Ni siquiera una gota de alcohol para celebrar el año nuevo! 
-Te he ofrecido todo lo que tenía -dijo Gohei-, y no lo lamento -añadió-, pues hemos conversado amigablemente y es la noche vieja más agradable que he vivido en muchos años. 
-Eres un buen chico --dijo el dios de los pobres-, pero eres decididamente demasiado pobre, incluso para mí, y por eso voy a marcharme de tu cabaña. Pero antes te confiaré un secreto que te permitirá, si quieres, hacerte rico. 

-¿Qué debo hacer? -preguntó Gohei con los ojos brillantes. 

-La próxima vez que pasen los tres jinetes, agarra un caballo por la brida y detenlo, cueste lo que cueste. 

Y tras decir estas palabras, el dios de los pobres se desvaneció en el aire, tan rápidamente que Gohei casi creyó haber soñado. 

***

La noche siguiente, Gohei, temblando pero decidido, se encontraba en medio del sendero que utilizaban los tres jinetes. Dieron las doce. Los jinetes llegaron como un huracán. El primero iba vestido con una larga túnica de oro, y llevaba la cara cubierta con una máscara tan horrible que Gohei dio un paso atrás; el segundo, de blanco y plata, ya estaba allí, blandió una espada amenazadora y pasó. El último caballero era gris y apenas se le distinguía en la noche. 

Gohei se arrojó sobre él, agarró las riendas, pero el caballo se encabritó y se soltó. Y pronto se apagó en la lejanía el galope de los tres jinetes. Desesperado, Gohei regresó a su cabaña. Allí encontró al dios de los pobres: 

-¡ Gohei, Gohei! ... -dijo éste moviendo la cabeza-, así que no quieres salir de tu miseria! Escucha, quiero concederte una última oportunidad. Esta misma noche, colócate en el camino de los tres jinetes. Trata de detener a uno de ellos. Si no lo consigues, toda la vida serás un miserable. 

¡Lo único que necesitas es VALOR! Tu destino está en tus manos -Insistió. 

Y el dios desapareció, dejando en su lugar un humo ligero. 

***

Al día siguiente hizo menos frío. La tierra estaba embarrada. Gohei, que había repetido cien veces los gestos necesarios, tuvo miedo de resbalar. A medianoche, sólidamente apuntalado en medio del sendero, esperaba, con todos los sentidos despiertos. De pronto, a lo lejos ... el galope sordo de los caballos. El primero ya llegaba, inmenso, dorado, espantoso, brillante bajo el resplandor de la luna. 

Gohei separó los brazos. Dando un brinco prodigioso, el jinete salvó el obstáculo y pasó. El segundo ya estaba allí. Gohei se lanzó sobre las riendas, pero le resbalaron de las manos en un destello plateado. Entonces Gohei decidió morir antes que dejar escapar al último jinete. Cogió la brida del caballo gris, se agarró a ella, se aferró a ella con uñas y dientes, se colgó de ella con todas sus fuerzas. El caballero levantó su gran espada, el desgraciado cerró los ojos pero no soltó las riendas. El caballo se llevaba a Gohei, lo arrastraba, lo sacudía como a un saco de arroz, pero él se guía resistiendo. Poco a poco, la marcha del caballo fue disminuyendo su velocidad. Gohei abrió los ojos, el jinete había desaparecido y en su lugar tenía en las manos unas alforjas llenas hasta el borde de monedas de bronce. 

Gohei nunca poseyó monedas de oro o de plata, nunca fue rico. Pero tuvo suficientes monedas de bronce para vivir decentemente. Se casó con una muchacha modesta y buena. Tuvieron muchos hijos y vivieron felices durante mucho, mucho tiempo. 

Los héroes, por excelencia, simbolizan el valor. Pero los criminales a veces también lo tienen. Extraña virtud, que tanto se une al mal como al bien, y sin la cual, sin embargo, las más bellas virtudes no son más que insignificancias ..., las otras virtudes no son nada. 


«Sin el valor --dice el maestro del Sesshin", el Zen es tan sólo un sueño de Zen»

Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel