jueves, 11 de agosto de 2016

LA MUJER DE HIELO


Érase una vez ... un joven que estaba solo. Vivía en una pobre cabaña, sin amigos ni parentela. Una mañana de invierno observaba los carámbanos (pedazo de hielo en forma de cono) que se formaban en el borde del tejado, gotas de cristal que resplandecían en el sol.

Y exclamó:

-¡Me gustaría que el cielo me enviara una esposa que tuviera la blancura irisada y la maravillosa belleza del hielo!

Aquella noche, cuando se disponía a acostarse, llamaron a la puerta:

-¿ Quién está ahí?

-Soy la joven que has reclamado esta mañana al cielo.
Vengo a ofrecerme a ti como esposa.

El joven, intrigado, abrió inmediatamente. En el umbral había una muchacha muy bella. Sus manos eran opalinas y sus mejillas anacaradas brillaban bajo la luna.

-¡Entra! -dijo, seducido.

Cuando la muchacha se hubo instalado en la cocina, le preguntó:

-¿ Estás completamente decidida a casarte conmigo?
Soy pobre, alquilo mis servicios a quien quiera emplearme.
Soy un mal partido, ¡y tú eres tan hermosa!

Ella respondió que sabía todo eso y que, si él quería aceptarla, se quedaría en su casa.

Se casaron y vivieron todo un año en perfecta armonía.

Un día, uno de sus vecinos, que era un hombre servicial y cortés, les invitó a una fiesta de aniversario; les propuso que utilizaran con este motivo el baño caliente que acababa de hacer instalar en su casa y del que estaba muy orgulloso.

La mujer se negó, pretextando que temía el agua caliente más que cualquier otra cosa. Pero el joven marido insistió:

-¡No podemos ofender a nuestro anfitrión, un vecino tan amable!

Ella cedió.

La noche del baño, el marido, al no verla regresar, se preocupó. Fue a buscarla. En su lugar sólo encontró dos cintas azules y un peine de concha que flotaban en el agua.

La mujer de hielo se había derretido.

Así lo cuentan.

El budismo zen nos propone a menudo cuentos enigmáticos. Pero en «la mujer de hielo» la «moraleja» parece evidente. Un joven marido, por ignorancia o necedad, envía a su esposa a una muerte segura. Se podría resumir así: «Hay que reflexionar antes de actuar». Esta lectura no es inexacta. Distinta y más profunda es la visión zen.

Lo QUE ES, es. El marido, al rechazar la realidad, al negar los hechos (su esposa es una mujer de hielo), se impide a sí mismo simbólicamente el acceso a la vía de la liberación, la del «noble sendero Óctuple»: visión justa, pensamiento justo, palabra justa, acción justa, subsistencia justa, esfuerzo justo, atención justa y concentración justa.

Cada uno de nuestros instantes, si es justo, es una gota de eternidad.


Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel