Como vimos en el ejemplo de los lápices robados, las personas suelen confundir el sentimiento con la razón. Establecen un nexo directo entre la emoción y los hechos, de tal manera que el sentimiento termina convirtiéndose en criterio de verdad. Por ejemplo: «Si me siento un fracasado, entonces lo soy»; «Me siento estúpido, así que debo serlo»; «Siento que no me quieres; por lo tanto no me quieres». La pregunta que surge de esta manera de pensar es evidente: ¿cómo someter a prueba una creencia o un valor (cómo discutirlo) si su criterio de verdad se basa exclusivamente en el sentimiento? El pensamiento flexible trata de buscar un equilibro razón / emoción: sentir qué pienso y pensar qué siento.
Cuando el dogmático se siente acorralado, apela al razonamiento emocional: «Para mí es cierto, porque lo siento así.» Y allí ya no hay nada que hacer. La puerta de la comunicación se cierra y el diálogo pasa a ser una herejía. No es que el sentimiento sea malo en sí, pero endiosar el afecto y hacer de la intuición visceral un criterio de verdad no deja de ser peligroso. Veamos esta lúcida referencia del filósofo Blackburn,46 quien afirma que el juicio moral es mucho más que sentimiento y emotividad:
«Decir que una acción es “correcta” o que “debiera” seguirse un plan determinado no es tan sólo expresar un gusto o una preferencia, sino también sostener cierto punto de vista. Es dar a entender que ese juicio se apoya en razones... Cuando se hace un juicio moral, en principio no sólo se limita uno a expresar sentimientos... Se toma uno la molestia de examinar la situación...» (p. 69.) (Las cursivas son mías.)
6. Blackburn, P. (2006). La ética: fundamentos y problema contemporáneos. México: Fondo de Cultura Económica
Extracto del libro:
El arte de ser flexible
Walter Riso
Fotografía tomada de internet