Los dragones ocupan un lugar insigne  en el ritual,  las festividades y el imaginario chino. Animales fabulosos, provistos  de alas, armados con garras, dotados  de una cola de serpiente, de fauces que escupen fuego, un cuerpo multiforme, lagartos,  reptiles,  varanos,  dragones rampantes  o voladores. Está el rey dragón del Este,  que preside  la salida del sol,  el del Oeste, que preside  la puesta,  los dragones  de los ríos, los dragones de los  océanos,  los de las  montañas y los de las llanuras, y también los dragones  de faroles y de papel, que son la atracción del día de año nuevo y de numerosas festividades ... 
Está el pequeño  dragón amarillo, y el gran dragón negro,  el amable, el malicioso, el generoso,  el malo ...  todo un universo de dragones. 
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El príncipe Thou-Ti  manifestó  desde su más tierna infancia una pasión  desmesurada  por  los dragones.  Sólo le gustaban los juguetes  y las imágenes que los representaban. Sus padres,  indulgentes,  tapizaron su habitación  con todos los dragones imaginables: amarillos, rojos, blancos ...  No se cansaba   nunca  de  ellos,  y  su  confidente   preferido    era  un dragón  de tela de fauces  falsamente   amenazadoras,    que  no se separaba  nunca  de sus brazos,   ni de su corazón.   Cuando llegó a adulto  y, a la muerte  de sus  padres,  fue dueño  de sus bienes,   dedicó   toda   su  fortuna    a  rodearse    de  dragones. Hizo  acudir  a su residencia   a los pintores   más reputados   y les ordenó   que  decorasen,   de acuerdo   con  sus  deseos,  los suelos,  los tabiques,   las paredes  y los techos: 
-Dondequiera      que  ponga    los  ojos  -les   dijo-     no quiero  ver otra  cosa que dragones. 
Así se hizo.  Pero  Thou-Ti   todavía  no estaba   satisfecho. Hizo   llamar  a los  escultores   que  habían  esculpido   los  dos dragones   de oro  que adornan   el palacio  del emperador: 
-Quiero    una  réplica  de  esos  dos  dragones   -les     di- jo-.    Después   esculpiréis   en forma  de dragones   todas  las columnas   y todos   los pilares  de mi casa. Poco importa  el tiempo o el dinero, pero que vuestra obra sea de una verdad patente. 
Los artistas, sus obreros  y sus ayudantes,  se pusieron todos  a trabajar. Jamás vio  nadie semejante proliferación de dragones en una casa. Los había en los rincones, en los salientes más pequeños, y eran tan exactos que parecían estar a punto  de hablar. Pero el príncipe Thou-Ti  todavía no estaba satisfecho. Hizo  acudir al mejor tejedor  del reino. Le encargó siete tapices de seda y nueve tapices de lana que representaran  dragones de todos los colores: amarillos, rojos, negros, blancos, e incluso azules, que eran tan raros ... Se ejecutó el trabajo.  Thou-Ti  debería haber estado satisfe- cho. Pero todavía se lamentaba en secreto: 
-¡Ah ... ! -suspiraba-    ¡Daría cualquier cosa por contemplar el rostro de un verdadero dragón! 
Y resultó  que  el Gran Dragón, que habita en los sombríos bosques del norte  de la China,  estaba viajando por aquella provincia. Oyó la queja de Thou-Ti.
-He aquí un príncipe -pensó-      que ama verdaderamente  a los dragones,  se ha rodeado  de todas  las efigies concebibles y rinde a nuestra  especie un verdadero  culto. Quiero recompensarle permitiéndole  entrever mi noble rostro.
Se acercó a la residencia de Thou-Ti  y pasó la cabeza por una ventana del salón.  El enamorado  de los dragones, muellemente  tendido  sobre  cojines poblados  de  gentiles dragones amarillos, rojos y blancos, soñaba. Estaba admirando el bello dragón azul que adornaba  el techo cuando su mirada cayó por azar sobre una visión de pesadilla. Una cara innoble se mostraba  en la ventana,  con dos colmillos en una boca desdentada, que se retorcía en una mueca horrible. Y, el colmo del horror, el monstruo  le sonreía...
El príncipe Thou-Ti, al ver un dragón de verdad, huyó aterrorizado.
Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel
Fotografía del internet

