domingo, 27 de noviembre de 2016

EL PRÍNCIPE THOU-TI Y LOS DRAGONES


Los dragones ocupan un lugar insigne en el ritual, las festividades y el imaginario chino. Animales fabulosos, provistos de alas, armados con garras, dotados de una cola de serpiente, de fauces que escupen fuego, un cuerpo multiforme, lagartos, reptiles, varanos, dragones rampantes o voladores. Está el rey dragón del Este, que preside la salida del sol, el del Oeste, que preside la puesta, los dragones de los ríos, los dragones de los océanos, los de las montañas y los de las llanuras, y también los dragones de faroles y de papel, que son la atracción del día de año nuevo y de numerosas festividades ... 

Está el pequeño dragón amarillo, y el gran dragón negro, el amable, el malicioso, el generoso, el malo ... todo un universo de dragones. 

***
El príncipe Thou-Ti manifestó desde su más tierna infancia una pasión desmesurada por los dragones. Sólo le gustaban los juguetes y las imágenes que los representaban. Sus padres, indulgentes, tapizaron su habitación con todos los dragones imaginables: amarillos, rojos, blancos ... No se cansaba nunca de ellos, y su confidente preferido era un dragón de tela de fauces falsamente amenazadoras, que no se separaba nunca de sus brazos, ni de su corazón. Cuando llegó a adulto y, a la muerte de sus padres, fue dueño de sus bienes, dedicó toda su fortuna a rodearse de dragones. Hizo acudir a su residencia a los pintores más reputados y les ordenó que decorasen, de acuerdo con sus deseos, los suelos, los tabiques, las paredes y los techos: 

-Dondequiera que ponga los ojos -les dijo- no quiero ver otra cosa que dragones. 

Así se hizo. Pero Thou-Ti todavía no estaba satisfecho. Hizo llamar a los escultores que habían esculpido los dos dragones de oro que adornan el palacio del emperador: 

-Quiero una réplica de esos dos dragones -les di- jo-. Después esculpiréis en forma de dragones todas las columnas y todos los pilares de mi casa. Poco importa el tiempo o el dinero, pero que vuestra obra sea de una verdad patente. 

Los artistas, sus obreros y sus ayudantes, se pusieron todos a trabajar. Jamás vio nadie semejante proliferación de dragones en una casa. Los había en los rincones, en los salientes más pequeños, y eran tan exactos que parecían estar a punto de hablar. Pero el príncipe Thou-Ti todavía no estaba satisfecho. Hizo acudir al mejor tejedor del reino. Le encargó siete tapices de seda y nueve tapices de lana que representaran dragones de todos los colores: amarillos, rojos, negros, blancos, e incluso azules, que eran tan raros ... Se ejecutó el trabajo. Thou-Ti debería haber estado satisfe- cho. Pero todavía se lamentaba en secreto: 

-¡Ah ... ! -suspiraba- ¡Daría cualquier cosa por contemplar el rostro de un verdadero dragón! 

Y resultó que el Gran Dragón, que habita en los sombríos bosques del norte de la China, estaba viajando por aquella provincia. Oyó la queja de Thou-Ti.

-He aquí un príncipe -pensó- que ama verdaderamente a los dragones, se ha rodeado de todas las efigies concebibles y rinde a nuestra especie un verdadero culto. Quiero recompensarle permitiéndole entrever mi noble rostro.

Se acercó a la residencia de Thou-Ti y pasó la cabeza por una ventana del salón. El enamorado de los dragones, muellemente tendido sobre cojines poblados de gentiles dragones amarillos, rojos y blancos, soñaba. Estaba admirando el bello dragón azul que adornaba el techo cuando su mirada cayó por azar sobre una visión de pesadilla. Una cara innoble se mostraba en la ventana, con dos colmillos en una boca desdentada, que se retorcía en una mueca horrible. Y, el colmo del horror, el monstruo le sonreía...

El príncipe Thou-Ti, al ver un dragón de verdad, huyó aterrorizado.



Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel
Fotografía del internet