MAXIMIZACIÓN PESIMISTA: «VIVIR ES SUFRIR»
Esta distorsión tiene algo de cierto. Tal como dijo Buda, la vida está impregnada de sufrimiento: indefectiblemente enfermaremos, envejeceremos y moriremos. Sin embargo, una cosa es aceptar el sufrimiento como parte de la naturaleza humana y otra hacer una apología al dolor. Es verdad que en ocasiones el sufrimiento puede ser un camino que nos obligue a conocernos a nosotros mismos y a crecer, pero no es el único. Exaltar la depresión como una forma de sabiduría es, además de irracional, desconocer la faceta gozosa de la vida. No hablo de evitar la realidad y regodearse en el autoengaño, sino de saber llevar la existencia personal por buen camino.
Para los rígidos de línea dura, el optimismo es una peligrosa enfermedad que hay que erradicar de raíz. El paquete desesperanzador está constituido por una serie de sesgos: descalificar lo positivo, magnificar lo negativo y estar preparado siempre para lo peor. Como resulta obvio, la aplicación de este estilo preventivo hará que la vida pierda su encanto. Si el mundo es un campo de batalla y el futuro es negro, el humor será imposible de digerir.
El fatalismo mata la risa y la esperanza razonable. Insisto: no digo que debamos adoptar la sonrisa bobalicona de los que habitan el mundo feliz de Huxley, y negar los peligros y los inconvenientes del vivir cotidiano (la esperanza llevada al extremo puede ser un mecanismo de escape al igual que el optimismo irracional). Lo que sostengo es que el pesimista termina haciendo que su profecías negativas se cumplan. ¿Cómo escuchar sus pronósticos catastróficos, sus interminables quejas, la sombría expresión del desaliento y no sentir rechazo? ¿Cómo soportar el alud de pensamientos destructivos que los caracteriza y no dejarse influir? El pesimismo es contagioso y crea aversión y ganas de linchar.
Una mujer me comentó con preocupación: «Me estoy sintiendo demasiado bien; seguro que pasará algo malo.» Ser pesimista es ser desgraciado. Es hacerle trampas al azar, cargar los dados y apostar por la desventura; es el ritual del perdedor, aunque se disfrace de filosofía. El pesimista pierde antes de empezar porque se vuelve víctima de su propio invento. El círculo vicioso es como sigue: como piensa que todo va a salir mal, baja la guardia, no persevera y se abandona; entonces, al asumir una posición pasiva y entregada, no trata de modificar el rumbo de los acontecimientos, lo que hará que el desenlace dañino ocurra inevitablemente. La profecía autorrealizada perfecta: «Como todo va a salir mal, mejor no hago nada.» Conozco personas que viven todo el tiempo a la defensiva, preparándose para lo peor. El problema de esta perspectiva trágica surge cuando la providencia les sonríe: se idiotizan y no saben qué hacer. Están listos para el invierno y no para la primavera; están aprovisionados para la guerra y no para la paz. Tienen los valores invertidos (al buen tiempo, mala cara), y la percepción del mundo se hace cada vez más pequeña y sombría.
Extracto del libro:
El arte de ser flexible
Walter Riso
Fotografía tomada de internet