jueves, 19 de enero de 2017

EN DEFENSA DE LA INDIVIDUALIDAD: SIMILARES, PERO NO IGUALES


La gente se asusta cuando alguien hace algo que se sale del patrón tradicional. Haz la prueba de salir a la calle descalzo o intenta comer en un restaurante con las manos, a ver qué pasa. Es probable que en el primer caso te miren con extrañeza y en el segundo te echen del lugar, aunque utilices tus dedos con glamour y sofisticación. 

El conformismo, o la adecuación absoluta a los cánones sociales y culturales, se llama «normatividad»: la creencia de que las normas deben ser respetadas y acatadas, no importa su grado de irracionalidad o de desajuste con la realidad.68 La gente normativa o conformista no es capaz de tomar decisiones por sí misma y tiene dificultades para ensayar comportamientos nuevos que no estén autorizados por las buenas costumbres. En muchas ocasiones, mientras que en público decimos sí a todo, en privado despotricamos y planeamos imaginariamente grandes cambios.69 Recuerdo que cuando era columnista de una revista de amplia difusión, escribí un artículo titulado: «Los derechos de los padres.» Por la temática (pensar más en los padres que en los hijos) yo esperaba una lluvia de críticas. Pero no fue así. Mi correo electrónico se llenó de mensajes que apoyaban la idea y que expresaban abiertamente la queja del «peso de ser padres». En público aceptamos gustosos nuestro papel de mártires educadores y en la intimidad decimos que es una carga de amor, pero carga al fin. 

En el fondo, los sujetos inconformistas desean defender su individualismo y reafirmar su identidad personal. No obstante, hay que tener claro que si estamos dispuestos a decir lo que pensamos habrá costes: el rechazo, la culpa, la pérdida de imagen o estatus, la burla... En fin, la mayoría te recordará que no vas por el camino que deberías ir de acuerdo con las rutinas del lugar y la época. 

En una de sus poesías (La mala reputación), el poeta y cantante popular francés George Brassens nos dice: 

Yo sé bien que en la población 
tengo mala reputación.

Haga lo que haga es igual,
todos lo consideran mal.

Pero yo jamás hice ningún daño, 
sólo quiero estar fuera del rebaño. 

Por qué no quiere la gente 
que uno sea diferente.

Por qué causa molestia a la gente 
que uno sea diferente.
(...)

Ése debe ser mi mayor pecado 
el de no seguir al abanderado. 

Y es verdad: no seguir al abanderado trae problemas. Me pregunto: ¿No será que a veces la «mala reputación», en el sentido que le da Brassens al término, es mejor que una «reputación distinguida»? Jesús tuvo mala reputación, al igual que Giordiano Bruno, Galileo, Malcom X y Mandela. Y qué decir de Sócrates, Epicuro y otros grandes filósofos de la Antigüedad clásica. ¿La «mala reputación» es tan indigna como la quieren pintar?

68. Riso, W. (2006). Los límites del amor. Bogotá: Norma.
69. Cialdini, R. B. y Trost, M. R. (1997). «Influence social 
norms, conformity and compliance.» En Gilbert, D. T. 
Fiske, S. T. y Lindzey, G. (Eds.). Handbook of social 
psychology. Nueva York: Oxford University Press.


Extracto del libro:
El arte de ser flexible
Walter Riso
Fotografía tomada de internet