viernes, 2 de junio de 2017

MEDIODÍA


Jesucristo, negro, de lentes, maneja una camioneta. Las destartaladas camionetas, brotadas de gente hasta los techos, se abren paso en la multitud. Todas lucen mil arabescos de colores y todas tienen nombre, se llaman Paciencia, Humillación, Tribulación, Locura. A paso de reina camina una mujer. Lleva un balde lleno de agua sobre la cabeza y bajo el brazo una gallina, que apostará a la lotería. Un hombre trae, atada del pescuezo, una cabra que ofrendará a los dioses venidos del Africa. Los dioses deambulan, mezclados con el gentío que va y viene y sube y baja en un trajín incesante. Aquí nadie tiene trabajo, pero todos están muy ocupados. No hay comida, pero muere más gente de risa que de hambre.

Es mediodía, y los gallos anuncian el amanecer. Hay dos soles en el cielo y tres ojos en las caras. La luz grita, el aire baila. Tantos colores tiene el aire, que el arco iris jamás sale, por no pasar vergüenza. Casas sin paredes, autos sin puertas, niños sin zapatos, tumulto sin calles. De cara al mar, en las laderas de las montañas que las uñas del Diablo han desollado a lo largo de cinco siglos, está Port-au-Prince. Esta ciudad, esta basura, esta hermosura, es una estridencia donde la vida se aturde y olvida lo poco que dura y lo mucho que duele.


Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet