Un día me dediqué a contemplar un banano joven, lo torné como el objeto de mi atención, de mi concentración, de mi meditación. Era un banano muy joven que sólo tenía tres hojas. La primera era la hermana mayor, la segunda, la mediana y la tercera, la más reciente, estaba aún enrollada en el interior del tronco.
Al observar atentamente las hojas del banano, descubrí que la hermana mayor vivía su propia vida. Se desplegaba disfrutando del sol y la lluvia, era una hoja preciosa. Daba la impresión de preocuparse sólo de sí misma, pero al observarla con más profundidad, uno veía que no era así en absoluto. Mientras disfrutaba de su vida como la hermana mayor, al mismo tiempo estaba ayudando a la segunda y a la tercera hojas, e incluso a una cuarta que no era visible pero que ya se había formado en el interior del tronco. La hermana mayor era la que se encargaba de alimentar al banano entero.
La primera hoja practicaba respirando y sonriendo en cada minuto de su vida. De las raíces del banano recibía los nutrientes de los que se alimentaba. Luego los devolvía al banano y a todas sus hermanas menores y a las que iban a nacer en el futuro. Vivía su propia vida y, sin embargo su existencia tenía un significado, porque estaba ayudando a alimentar y a crecer a las generaciones futuras.
La segunda hoja hacía exactamente lo mismo. Vivía plenamente su vida como hoja y al mismo tiempo realizaba la labor de enseñar, alimentar y ayudar a crecer a sus hermanas menores. Pero si uno no lo observaba con atención, no se percataba de que la primera y la segunda hojas estaban haciendo exactamente lo mismo. La tercera hoja, la más joven, estaba a punto de abrirse. Pronto sería una bella hoja que se ocuparía de sus hermanas menores.
A ti también te ocurre lo mismo. Al vivir tu vida de una manera tan hermosa, estás alimentando a tus hermanos y hermanas y a las generaciones futuras. No es sacrificando tu vida, sino llevando una vida plena y feliz, como ayudarás a las generaciones futuras.
Cuando los jóvenes dicen: “¡Tengo que vivir mi propia vida!” o “¡Este cuerpo es mío y puedo hacer con él lo que me dé la gana!”, no es cierto, es una falsa idea. Nosotros no estamos separados de los demás. Tú cuerpo no es sólo tuyo, pertenece también a tus antepasados, a tus abuelos y a tus padres. Y a tus hijos y a tus nietos que aún no han nacido pero que ya están presentes en tu cuerpo.
Tus padres y tú constituís en realidad una unidad. Si tus padres sufren, tú sufres. Y si tú sufres, tus padres sufren. Si lo observamos a fondo y lo vemos con claridad, descubriremos que sólo hay una realidad. Al observar las cosas de ese modo, verás claramente que la felicidad es colectiva y dejarás entonces de perseguir sólo tu propia felicidad. Comprenderás que hemos de trabajar juntos y comprendernos unos a otros.
Extracto del libro:
A la sombra del manzano rosal
El budismo explicado a los niños
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet