Esta guerra psicológica por tener el control e imponer la soberanía personal a cualquier coste se sustenta en cuatro esquemas altamente nocivos y disfuncionales: inculpación: «Muerte al vil villano»; prerrogativa: «Debes tratarme siempre como yo quiero»; Argumentum ad hominen; y el arte de convencer al súbdito.
EL ARTE DE CONVENCER AL SÚBDITO
No es más que un lavado de cerebro. De tanto oír que somos imbéciles podemos creernos el cuento y satisfacer a nuestros evaluadores. Ya no se trata de la obligación que genera la pirámide de mando, sino de un Disneyworld personalizado donde los subalternos son felices al asumir el papel que les asigna el poderoso. El sujeto autoritario busca que la ley del gallinero haga feliz a los de abajo, no importa cuántos excrementos reciban en honor a la causa. Dos premisas que se incrustan en el cerebro: «Te he elegido entre muchos» y «tienes el privilegio de servirme y de estar en mi equipo.» Es decir, ¡tienes la suerte de estar bajo mi mando!
Una de las estrategias preferidas de las personas autoritarias es la aplicación de la gota malaya, que consiste en aplastar el yo de sus subordinados de manera lenta y sistemática, hasta que se convenzan de que no pueden aspirar a más. Destruir la autoestima y aniquilar la voluntad. Es la táctica de idiotizar a las multitudes o a las personas para consolidarse en el poder y seguir allí bajo los auspicios de aquellos que ya no ejercen el derecho de pensar libremente.
Extracto del libro:
El arte de ser flexible
Walter Riso
Fotografía tomada de internet