El paradigma de la fortaleza masculina ha obrado en dos sentidos, ambos negativos para el varón. De una parte, ha bloqueado de manera inclemente su natural debilidad humana, y por otra, ha promovido (reforzado) una serie de costumbres claramente exhibicionistas en favor de la supuesta reciedumbre.
Tanto en el primer caso (represión de las emociones primarias), como en el segundo (dependencia de la aprobación social), las consecuencias son castrantes.
El derecho a ser débil se refiere a la capacidad de aceptar, sin remordimientos de ningún tipo, cualquier manifestación de ablandamiento, obviamente no patológica. El derecho a sentir miedo, a fracasar, a cometer errores, a no saber qué hacer, al encantador ocio y a pedir ayuda, no nos alejan de la masculinidad sino que nos acercan al lado humano de la misma. Ese lado tan especial donde reposa el andrógino personal y que había sido crudamente descartado por el típico hombre fortachón y rudo.
Cuando mutilamos el derecho a la fragilidad, automáticamente sobre generalizamos el ideal de valentía y dejamos de reconocer que, en muchas situaciones, la flaqueza debe aflorar. La nueva masculinidad no desprecia el coraje: lo reconoce, pero no se obsesiona por él.
Ejercer el derecho a ser débil no es irse para el otro lado y proclamar la debilidad como una virtud recomendable. Rescatar lo delicado no apunta a "travestir" nuestra virilidad, ni a ensalzar un hombre blandengue, inseguro y pasivo, avergonzado de su sexo y desnaturalizado, tratando de imitar los valores femeninos. La seguridad en sí mismo, la capacidad de oponerse a la explotación personal, la persistencia para alcanzar las metas y el espíritu de lucha son valores deseables para cualquier persona, hombre o mujer. Lo que se está criticando es el miedo irracional a ser débil y la estúpida costumbre de tener que exhibir el poderío durante las veinticuatro horas, para "cotizar" y ser amado.
La revolución masculina no defiende al hombre híbrido que se oculta detrás de una aparente superación personal, que no es "ni chicha ni limonada", y que corre despavorido ante la más mínima señal de peligro.
Los "hijos de mami", evitadores persistentes de cuanta dificultad se les atraviesa, no son la aspiración del nuevo orden masculino. Y no me refiero al homosexual, sino a esa extraña mezcla que resulta en los Michael Jackson de este siglo. El varón posee una fortaleza particular que le otorga su propio género, de la cual no puede ni debe escabullirse. Pero esta diferenciación no sugiere ausencia de dolor o el desconocimiento de las restricciones que, evidentemente, poseemos. Hay una debilidad seductora y tierna que no es raquitismo ni enfermedad, sino expresión de la pequeña mujer que llevamos dentro. Y al decir "pequeña" no hago mención a lo peyorativo del término, sino a la cantidad de feminidad que debe poseer un hombre, para no dejar de ser varón.
Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet