En las enseñanzas budistas hay muchas instrucciones para darle la vuelta a la realidad. Una oye consejos como «medita sobre lo que te provoque resentimiento» o «reclínate sobre las aristas más afiladas». Mientras Trungpa Rinpoche estaba todavía en Tíbet, su profesor Khenpo Gangshar lo educó en este estilo de vida; se denominaban instrucciones sobre la naturaleza no dual de la realidad. Una vez preguntamos a Rinpoche qué le había pasado a Khenpo Gangshar cuando escaparon de Tíbet; dijo que no estaba seguro pero que había oído que mientras el resto de ellos huía hacia India, Khenpo Gangshar caminaba hacia China.
Éste es un tipo de instrucción que podemos aplicar a nuestra vida y puede producir cambios revolucionarios en nuestra manera de percibir las cosas.
Mi primer paso fue decidir que no iba a actuar siguiendo mi impulso habitual. Se trataba de una prueba, de una exploración de las enseñanzas budistas que dicen que creamos nuestra propia realidad, que lo que percibimos es nuestra propia proyección.
Todo en mí anhelaba repetir el antiguo curso de actuación, pero recordé las enseñanzas que dicen que hasta que dejemos de aferramos a los conceptos del bien y del mal el mundo seguirá manifestándose como dioses amistosos y demonios dañinos. Quería explorar si eso era verdad o no.
Pude experimentar sin ponerme rígida ni hosca gracias al profundo entrenamiento que tenía en hacerme amiga de mis pensamientos y emociones. En cierto sentido, si no cultivamos una amistad incondicional hacia nosotros mismos, no avanzamos en el sendero. Es una gran ayuda saber que cuando meditamos y cuando escuchamos las enseñanzas lo que estamos haciendo es desplegar bondad.
En una ocasión estuve dando un curso en Austin, Texas, y al acabar el fin de semana un hombre se acercó y me dijo lo mucho que apreciaba la instrucción de percibir el tono de nuestra propia voz cuando etiquetamos nuestros procesos mentales de «pensamiento» y que, si el tono era hosco, debíamos repetirlo con más delicadeza.
«Verdaderamente me he tomado esa instrucción a pecho —me dijo—, y ahora, cuando mi mente divaga, sólo me digo "estás pensando, colega".»
Sin embargo, tras muchos años de práctica, muchos seguimos pronunciándolo con rudeza. Practicamos con culpabilidad, como si fuéramos a ser excomulgados por no hacerlo bien. Practicamos para no sentirnos avergonzados con nosotros mismos, temiendo que alguien descubra lo «malos» meditadores que somos. Hay un viejo chiste que dice que budista es aquel que medita o se siente culpable por no meditar. Estas actitudes no son muy alegres.
Quizá la enseñanza más importante sea la de aligerarse y relajarse. Para trabajar con nuestras locas y embrolladas mentes es una gran ayuda recordar que lo que hacemos es abrir paso a la suavidad que ya está en nosotros y dejarla extenderse. Dejamos que difumine las agudas aristas de la autocrítica y la queja.
Extracto del libro:
Cuando Todo Se Derrumba
Pema Chödron
Fotografía de Internet