viernes, 30 de agosto de 2019

EL SABOR DE LA LIBERTAD


Una vez que el niño conoce el sabor de la libertad, jamás formará parte de ninguna sociedad, ninguna Iglesia, ningún club, ningún partido político. Seguirá siendo un individuo, seguirá siendo libre y provocará pulsaciones de libertad a su alrededor. Su ser mismo se convertirá en una puerta hacia la libertad.

Al niño no se le permite probar la libertad. Si le pregunta a su madre: «Mamá, ¿puedo salir? Hace sol, el aire está fresco y me gustaría dar una vuelta a la manzana», inmediatamente, de una forma obsesiva, compulsiva, ella dirá: «¡No!». El niño no ha pedido gran cosa; sólo salir a disfrutar del sol de la mañana, el aire fresco y la compañía de los árboles... ¡No ha pedido nada! Pero movida por una profunda compulsión, la madre dice que no. Es raro oír a una madre o a un padre decir sí.

Incluso si lo hacen, es de mala gana. Incluso si dicen sí, hacen sentirse culpable al niño, que los está obligando, que está haciendo algo malo.

Siempre que el niño se siente feliz, haga lo que haga, siempre hay alguien que le dirá: «¡No hagas eso!». El niño lo va comprendiendo poco a poco: «Siempre que me siento feliz por algo, eso es malo». Y naturalmente, nunca se siente feliz haciendo lo que los demás le dicen que haga, porque para él no es un impulso espontáneo. Y así llega a saber que estar triste está bien y ser feliz está mal. Esa asociación llega a lo más profundo.

Si quiere abrir el reloj para ver lo que hay dentro, toda la familia se le echa encima gritando: «¡No! Vas a romper el reloj. Eso es malo». El niño sólo estaba mirando el reloj, por curiosidad científica. Quería saber por qué hace tictac. Estaba actuando bien. Y el reloj no es tan valioso  como su curiosidad, como su mente inquisitiva. El reloj no vale nada -aunque lo destroce-, pero cuando la mente inquisitiva queda destruida, se ha destruido mucho más: el niño no volverá a indagar para averiguar la verdad.

O a lo mejor hace una noche preciosa, con el cielo lleno de estrellas, y el niño quiere estar fuera, pero es la hora de irse a dormir. No tiene sueño, está completamente despierto, muy despierto. El niño se siente confundido. Por la mañana, cuando tiene sueño, todo el mundo le grita: «¡Vamos! ¡A levantarse!». Cuando estaba disfrutando tanto de estar en la cama, cuando quería darse otra vuelta, dormir y soñar un poco más, todo el mundo le lleva la contraria: «¡Levántate! Es hora de levantarse».

Resulta que está completamente despierto y quiere disfrutar de las estrellas. Es un momento muy poético, muy romántico. Está emocionado.

¿Cómo irse a dormir con semejante emoción? Está entusiasmado, quiere cantar y bailar, pero lo obligan a irse a dormir. «Son las nueve. Hora de irse a dormir.» Estaba tan feliz despierto, pero lo obligan a irse a dormir.

Cuando está jugando lo obligan a sentarse a la mesa para cenar. No tiene hambre. Cuando tiene hambre, la madre dice: «No son horas». Así destruimos toda posibilidad de ser extático, toda posibilidad de ser feliz, de alegría, de placer. Todo aquello con lo que el niño se siente feliz de una forma espontánea parece ser malo, y lo que no le llama la atención parece ser bueno.



Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet