miércoles, 21 de agosto de 2019

LA NARRADORA








Caminando por el parque del Retiro, aquella mañana, Chiti Hernández Martí se sentía limpia de toda pena, propia o ajena, y se sentía alegre de la mejor alegría, que es ésa que no tiene motivo ni necesita explicarse; alegre porque sí, por todo y por nada. 





Chiti se sentó en un banco, bajo la fronda, respiró hondo el aire verde, cerró los ojos. Cuando los abrió, a su lado había un enano. 





El enano se presentó: era torero. Ella imaginó el tamaño del toro y se le encogió el alma y se le frunció la cara. 





—Te ves muy triste —dijo el enano, y pidió, exigió: 





—Cuéntame. 





Ella negó con la cabeza, pero el enano insistió: 





—No seas desconfiada, Blanca Nieves. 





Y Chiti murmuró el primer nombre de hombre que se le pasó por la cabeza, mientras pensaba en lo dura que debía ser la vida de un enano torero. Y por no defraudarlo inventó que el muy golfo se ha aprovechado de mí, y a partir de entonces ya no pudo detenerse. A medida que la historia iba creciendo, este perdulario me golpea, me maltrata, me llama puta y pocacosa, Chiti sentía cada vez menos pena por el enano y más pena por ella, pena y lástima por ella, que para entonces ya estaba embarazada de aquel embustero casado y con hijos, cómo pude hacerle eso a mi novio que es tan bueno, él no se merecía eso, y Chiti temblaba de frío en pleno verano, ahora me han echado del trabajo, no sé qué será de mi vida, no conozco esta ciudad, no tengo a nadie, me cierran la puerta. 





El enano, abrumado, ya intentaba consolarla y se miraba los pies, que colgaban en el aire, mientras los arroyitos de las lágrimas, lágrimas de verdad, atravesaban el parque hacia el lago donde navegan los barcos de remo.














Tomado de:


Cuentos de Galeano en la Jornada


Eduardo Galeano


Fotografía de internet