Dakuki era un hombre de amor y prodigioso, muy atento a protegerse de lo ilícito. Nunca permanecía más de dos días en un mismo lugar, pues se decía:
"Si me quedo más tiempo en una casa, corro el peligro de ver mi corazón atraído por algo o por alguien."
Caminaba de día y rezaba de noche. Su naturaleza era la de un ángel. Como él era puro, estaba en continua búsqueda de hombres puros y dirigía a Dios esta plegaria:
"¡Oh, Señor! ¡Permíteme encontrar a tus fieles servidores!"
Y Dios le respondía:
"¡Oh, hombre puro! ¡Qué sed y qué amor hay en ti! Pero si ese amor me ha sido consagrado, ¿por qué estás siempre buscando hombres?"
Dakuki:
"¡Oh, Dios mío! ¡Estoy en mitad del océano y busco una cántara de agua! Los deseos que tengo acerca de tu amor son para mí motivo de orgullo, igual que mis deseos por el prójimo me son motivo de vergüenza. Desde hace años, viajo sin cesar, tanto a Oriente como a Occidente. Voy con los pies desnudos por caminos llenos de guijarros y de espinas. Pero no creas que un enamorado se desplaza sobre sus pies torturados. No, es con su corazón como viaja. Mi atracción por el hombre no hace sino aumentar.
¡Quisiera ver la ola del océano en una gota de agua!"
Un día, Dakuki se encontró dirigiendo la oración en una playa entre un grupo de fieles. Todo el mundo se puso en fila para la oración cuando, de pronto, la mirada de Dakuki se dirigió hacia el mar y oyó gritos.
Vio, en alta mar, un barco, sacudido por las olas. Los pasajeros, en la oscuridad, gritaban por temor a hundirse, pues la tempestad soplaba como Azrael. Incluso los infieles y los rebeldes habían recobrado su fe en Dios y todos se prosternaban, desesperados.
Al ver esto, las lágrimas llenaron los ojos de Dakuki.
"¡Oh, Señor! le dijo, ¡perdónalos y socórrelos!"
Esta plegaria fue escuchada y el barco se salvó, pero los pasajeros creyeron que esto se debía a sus propios esfuerzos. Creían que sus oraciones habían sido aceptadas. Como el zorro que escapa de las garras del león gracias a sus patas, pero que sigue estando tan orgulloso de su cola.
En pocas palabras, el barco atracó en el momento mismo en que Dakuki y los fieles terminaban su oración. Los fieles dijeron:
"¿Quién ha podido hacer este prodigio? ¿Habrá sido el imán, que, compadecido, haya dirigido esta oración a Dios?; ¡Se habría atrevido a interferirse en la voluntad divina!"
Y cuando Dakuki se volvió, vio que todo el mundo se había marchado. Habían desaparecido todos, como peces deslizándose en el agua. Dakuki se puso de nuevo a llorar.
¡Ah! ¡Ahora es cuando caes en la trampa! ¡Hombre inmaduro! Creías, como todo el mundo, que ellos eran hombres. Tú los has mirado con los ojos de Satanás, que dice: "Yo fui creado a partir del fuego y Adán a partir del barro." ¡Oh, Dakuki, abre los ojos! Sigue buscando día y noche. Abandona las obras de este mundo. ¡Busca a los hombres invocando Su nombre!
150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet