Todos portamos con nosotros un miedo original. Pero el miedo no afecta tan solo al individuo, sino que también son muchos los países y regiones del mundo que se debaten entre las llamas del miedo, el sufrimiento y el odio. Aunque solo sea para apaciguar nuestro sufrimiento, tenemos que volver a nosotros mismos y tratar de entender qué es lo que nos mantiene atrapados en la violencia y el miedo. ¿Qué ha provocado en los terroristas tanto odio que no dudan, para provocar el sufrimiento ajeno, en sacrificar su propia vida?
Percibimos el odio que albergan, pero ¿qué es lo que lo motiva? La respuesta es la injusticia percibida. Es cierto que debemos encontrar el modo de detener la violencia, lo que puede obligarnos, mientras esas personas representen un peligro para los demás, a mantenerlas aisladas, pero no lo es menos también que debemos preguntarnos cuál es nuestra responsabilidad en las injusticias del mundo.
No nos gusta sentirnos asustados y hay veces en que, si nos aferramos al miedo, este acaba convirtiéndose en enfado. Estamos enfadados por tener miedo y también estamos enfadados con lo que nos hace sentir asustados y con quienes consideramos causantes de nuestro miedo. Hay quienes dedican su vida a vengarse de las personas a las que consideran causantes de su sufrimiento. Pero esa motivación no hace sino generar más sufrimiento, no solo a los demás, sino a quienes experimentan las cosas de ese modo.
El odio, la ira y el miedo son fuegos que solo la compasión puede sofocar. Pero ¿dónde lograr esa compasión? No es algo que se venda en los supermercados porque bastaría, en tal caso, con llevarla a nuestro hogar y disolver todo el odio y la violencia que hay en el mundo. La compasión solo puede generarse, a través de la práctica, en nuestro corazón.
Hay veces en que alguien a quien amamos (nuestro hijo, nuestra esposa o cualquier familiar) dice o hace algo cruel que nos hiere. Y aunque en tal caso creamos ser los únicos que sufrimos, lo cierto es que la otra persona también está sufriendo. Si no sufriese, sus acciones y palabras no serían tan desagradables. Las personas a las que amamos no saben transformar su sufrimiento y se limitan, en consecuencia, a volcar sobre nosotros su miedo y enfado. A nosotros compete generar la energía de la compasión que, comenzando por apaciguar nuestro corazón, nos permita luego ayudar a los demás. Si nos limitamos a responder violentamente, no haremos sino aumentar y perpetuar el ciclo del sufrimiento.
Responder a la violencia con violencia genera más violencia, injusticia y sufrimiento, no solo en las personas a las que tratamos de castigar, sino también en nosotros mismos. Todos albergamos, en nuestro interior, una semilla de sabiduría, con la que, cuando respiramos profundamente, podemos conectar. Estoy convencido de que, si todo el mundo tuviese la oportunidad –aunque solo fuera durante una semana– de alimentar la energía de la sabiduría y la compasión, se reduciría significativamente el nivel de miedo, odio e ira que asola nuestro planeta. Por ello recomiendo encarecidamente a todo el mundo el ejercicio de la calma y concentración mental para regar de ese modo las semillas de la sabiduría y la compasión que ya se encuentran presentes en nosotros y aprender también el arte del consumo consciente. Si somos capaces de hacerlo, pondremos en marcha una revolución pacífica, el único tipo de revolución que puede ayudarnos a superar la difícil encrucijada en que nos hallamos.
Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet