Cuando se descubrieron lobos en la aldea cerca del templo del Maestro Shoju, el maestro fue al cementerio cada noche durante una semana y se sentó en zazen. Esto hizo que los lobos se alejaran y dejaran de merodear.
Encantados, los habitantes de la aldea le pidieron que les describiera los ritos secretos que había realizado. ‘No tuve que recurrir a tales cosas’, dijo, ‘Ni habría podido hacerlo. Cuando estaba sentado en zazen, varios lobos se congregaron a mi alrededor, y me lamieron la punta de la nariz y me olisquearon el gaznate; pero gracias a que permanecí en el estado mental correcto, no me mordieron.
Como les he predicado sin cesar, el estado mental correcto hará posible que sean libres en la vida y en la muerte, inmunes al fuego y al agua. Hasta los lobos quedan impotentes. Yo sólo practico lo que predico’.
FUENTE: OSHO: ‘El Hombre que Amaba las Gaviotas y Otros Relatos’, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2003, ISBN 958-04-7279-3, Pag. 265