Una persona que se evade en realidad no es una persona con comprensión. Su evasión misma demuestra su temor, no su comprensión. Si dices: ¿Cómo puedo ser feliz sentado en la plaza de mercado? ¿Cómo puedo estar en silencio sentado en la plaza de mercado?’ y te escapas al silencio del Himalaya, estás evadiendo la posibilidad misma de lograr el silencio, pues es sólo en la plaza de mercado que existe el contraste; es sólo en la plaza de mercado que existe el reto; es sólo en la plaza de mercado que existen las distracciones. Y tendrás que sobreponerte a todas esas distracciones.
Si te escapas al Himalaya te sentirás un poquito más tranquilo, pero al mismo tiempo un poquito más estúpido. Comenzarás a sentirte más silencioso, pero ese silencio le pertenece al Himalaya, no a ti. Si regresas, el silencio se quedará atrás, regresarás solo. Y, al regresar al mundo, te sentirás aun más alterado que antes, pues te habrás vuelto más vulnerable, más blando. Y regresarás con un prejuicio, con la idea de que has alcanzado el silencio. Te habrás vuelto más egoísta.
Es por eso que las personas que han escapado a los monasterios le temen a regresar al mundo. El mundo es una prueba. El mundo es una pauta. Es más fácil estar en el mundo y, poco a poco, ir adentrándose en el silencio; así el silencio del Himalaya llega a ser parte de tu ser. No tienes que ir al Himalaya; el Himalaya viene a ti. Es algo propio tuyo y tú eres el dueño.
FUENTE: OSHO: ‘El Hombre que Amaba las Gaviotas y Otros Relatos’, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2003, ISBN 958-04-7279-3, Pag. 313