Esta historia es ahora cosa del pasado. Hace muchísimos siglos, el rey de un minúsculo estado tenía un solo hijo. Ha-Xin era un príncipe hermoso y bien plantado, valiente, servicial y de carácter amable, pero tenía un grave defecto. Era lento, indolente, indeciso. Siempre era el último en las carreras, las justas, los torneos y las fiestas de la corte. Cuando el gran chambelán, el padre de la muchacha a la que amaba, organizaba todos los años el baile de la cosecha, dejaba que sus rivales se le adelantaran. Y la deliciosa Lin- Fang, de cabello negro de azabache, nuca de leche y ojos llenos de estrellas, danzaba toda la noche con otros.
Todo esto a la larga entristeció tanto a Ha-Xin que éste decidió ir a pedir ayuda al dios de la montaña. Partió a caballo y viajó largo tiempo. Pasó por mil peligros y atravesó noventa y ocho montañas. Finalmente llegó ante la montaña que hacía noventa y nueve. Sus laderas eran tan escarpadas que tuvo que bajar del caballo y trepar asiéndolo de la brida. Al llegar a la cumbre descubrió a una anciana que hilaba bajo un inmenso pino:
-¿Qué buscas, extranjero? -le preguntó la anciana.
-Vengo de muy lejos, honorable abuela -dijo con su cortesía habitual- para consultar al dios de la montaña y solicitar su ayuda.
-Ve hasta la cascada, grita tres veces el nombre de Yuta y el dios aparecerá.
Ha-Xin obedeció, se situó frente a la cascada y gritó tres veces:
-¡ Yuta, Yuta, Yuta!
-¿ Qué quieres de mí? -rugió una voz potente, y un anciano colosal se materializó delante de él; su cráneo tocaba las nubes y su barba blanca descendía hasta el fondo del valle. Ante esa visión, Ha-Xin tembló de espanto, pero habló con valor:
-Oh noble Yuta, me aflige un grave defecto: soy lento, indeciso e indolente. Y todos los años, en el baile de la cosecha, mis rivales se me adelantan. Mi amada, la incomparable Lin-Fang de cabello negro de azabache, de nuca de leche, de ojos llenos de estrellas ... danza con otros.
-Príncipe Ha-Xin -dijo el dios de la montaña- veo que tu corazón es sincero, voy a concederte lo que pides, pero procura hacer buen uso de ello.
Diciendo estas palabras sacó de debajo de su vestido un grano muy pequeño, no más grande que un grano de arroz:
-Esto es la «perla de viento», bastará con que te la pongas en la boca y correrás tan rápido como el céfiro más veloz.
Y el dios de la montaña se disipo por los aires como una humareda.
El príncipe Ha-Xin regreso al reino con el corazón lleno de esperanza. Guardaba celosamente la «perla de viento» en un saquito oculto en su pecho. Finalmente llegó el otoño, y con él el gran baile de la cosecha. El príncipe estaba preparado. En cuanto sonaron los primeros compases, se puso en la boca la «perla de viento» y se lanzó hacia el estrado en el que se encontraba la deliciosa Lin-Fang, al lado de su padre. Pero corrió tan rápido, tan rápido ... que pasó de largo y no consiguió detenerse hasta llegar en medio de un campo, lejos de la fiesta. Entonces volvió sobre sus pasos, pero la deliciosa Lin-Fang ya estaba danzando con un rival.
Se casó con él en la primavera siguiente. Ha-Xin cayó en la melancolía y sintió que ya no le quedaba ninguna razón para vivir. Un día, desesperado, fue a refugiarse junto a un monje zen que vivía en una cueva situada a varios lis (medida de longitud china: aproximadamente 576 metros) del palacio.
-Oh monje -le dijo-, no podía acercarme a mi amada porque era demasiado indolente, demasiado lento, y siempre llegaba el último. Realicé un viaje peligroso, subí a noventa y nueve montañas y me enfrenté al dios Yuta.
Éste me ofreció la «perla de viento», que me hacía más rápido que el céfiro, y tampoco pude acercarme a Lin-Fang, mi amada, de cabello negro como el azabache, nuca como la leche y ojos llenos de estrellas ...
Tras decir estas palabras, el príncipe heredero del trono se puso a llorar ...
-Noble príncipe -dijo el ermitaño-, el Zen nos enseña que no hay que comer demasiado ni demasiado poco, ni beber demasiado ni demasiado poco, ni dormir demasiado ni demasiado poco. En cada segundo de nuestras vidas hay que dar la respuesta JUSTA, todo el resto es ilusión.
El príncipe Ha-Xin accedió al trono y reinó durante largo tiempo. Fue el rey más sabio que el reino conoció durante milenios. Y todavía se habla de él, en las viejas leyendas, en el corazón secreto de la China.
Extraído de:
La Grulla Cenicienta
Los más bellos cuentos zen
Henry Brunel