En una aldea de pescadores, una muchacha soltera tuvo un hijo y, tras ser vapuleada, al fin reveló quién era el padre de la criatura: el maestro Zen, que se hallaba meditando todo el día en el templo situado en las afueras de la aldea.
Los padres de la muchacha y un numeroso grupo de vecinos se dirigieron al templo, interrumpieron bruscamente la meditación del Maestro, censuraron su hipocresía y le dijeron que, puesto que él era el padre de la criatura, tenía que hacer frente a su mantenimiento y educación. El Maestro respondió únicamente: «Muy bien, muy bien…».
Cuando se marcharon, recogió del suelo al niño y llegó a un acuerdo económico con una mujer de la aldea para que se ocupara de la criatura, la vistiera y la alimentara.
La reputación del Maestro quedó por los suelos. Ya no se le acercaba nadie a recibir instrucción.
Al cabo de un año de producirse esta situación, la muchacha que había tenido el niño ya no pudo aguantar más y acabó confesando que había mentido. El padre de la criatura era un joven que vivía en la casa de al lado.
Los padres de la muchacha y todos los habitantes de la aldea quedaron avergonzados. Entonces acudieron al Maestro, a pedirle perdón y a solicitar que les devolviera el niño. Así lo hizo el Maestro. Y todo lo que dijo fue: «Muy bien, muy bien…».
¡El hombre despierto!
¿Perder la reputación…? No difiere demasiado de perder aquel contrato que uno estaba a punto de firmar en sueños.
Del libro:
Anthony de Mello
El Canto del Pájaro
Fotografía tomada del internet