El hombre santo reunió a sus amigos:
- Estoy viejo -les dijo.
- Y sabio -respondió uno de los amigos.
- Durante todo este tiempo, siempre te vimos rezando. ¿De qué hablas con Dios?
- Al principio, yo tenía el entusiasmo de la juventud. Le pedía a Dios que me diera fuerzas para cambiar la humanidad. Poco a poco empecé a darme cuenta de que esto era imposible y entonces empecé a pedirle a Dios que me diese fuerzas para cambiar a los que estaban a mi alrededor. Ahora que ya soy viejo, mi oración es mucho más sencilla. Le pido a Dios lo que debería haberle pedido desde el principio.
- ¿Y qué es eso que le pides? -quiso saber el amigo.
- Le pido ser capaz de cambiarme a mí mismo.