Cuando llevo a mi sobrinito de cinco años a las máquinas de videojuegos en Mar del Plata, entra al salón y dice:
—¡Uy, una máquina nueva!
Entonces compra tres fichas, pone una, juega un poquito y pierde enseguida. Yo le digo:
—¿Perdiste?
—Sí, sí, espera un poquito.
Pone otra, y a la tercera ficha sabe jugar. Pero sabe jugar absolutamente. ¿Cómo aprendió?
No se sabe.
—¿Y? ¿Cómo es? —le pregunto.
—Yo soy ese petiso de barba con el hacha en la mano, si aprieto este botón tira unos rayos y tengo que salvar a la princesa...
Yo estuve al lado suyo viendo cómo él aprendía ¡y no entendí NADA de lo que hacía!
Entonces juego con él y me dice:
—¡Me estás pegando a mí, boludo!
No hay caso, por mucho que me esmero no entiendo nada.
Sienten a sus hijos en la computadora y van a ver cómo en diez minutos aprenden lo que a nosotros nos costó diez semanas darnos cuenta.
Ingenuamente, los padres siempre creemos que sabemos más acerca de las cosas que les convienen a nuestros hijos, qué es lo mejor para ellos.
A veces es cierto, pero no siempre.
JORGE BUCAY
El Camino de la Autodependencia