Justo el otro día leía una frase de Jean-Paul Sartre. Dice que la vida es como un niño que está dormido en un tren al que despierta un inspector que quiere comprobar su billete, pero el niño no lleva billete y tampoco dinero para pagarlo.
No solo eso, sino que el niño ni siquiera es consciente de adónde va, cuál es su destino y por qué se encuentra en el tren. Y por último, pero no menos importante, no puede conjeturarlo porque nunca ha decidido estar en el tren en primer lugar. ¿Por qué está ahí?
Esta situación se está volviendo más y más corriente para la mente moderna, porque de algún modo el hombre está desarraigado, le falta el sentido. Uno simplemente siente: «¿Por qué? ¿Adónde voy?». No sabéis adónde vais y no sabéis por qué os encontráis en el tren. No tenéis billete y tampoco dinero para pagarlo, y, no obstante, no podéis bajaros del tren. Todo parece ser un caos, algo enloquecedor.
Esto ha sucedido porque se han perdido las raíces en el amor. El amor ha desaparecido. La gente simplemente lleva una vida sin amor. Entonces, ¿qué hacer?
Sé que todo el mundo un día se siente como un niño en un tren. Sin embargo, no digo que la vida vaya a ser un fracaso, porque en este gran tren hay millones de personas dormidas, aunque siempre hay alguien que está despierto. El niño puede buscar y encontrar a alguien que no esté dormido ni ronque, alguien que conscientemente haya subido al tren, que sepa adónde se dirige este, o al menos adónde va él. Al estar cerca de semejante persona, el niño aprende la forma de adquirir más conciencia.
Del libro:
Día a Día
OSHO
Día 127