Nuestros demonios personales tienen diversos disfraces. Los experimentamos como vergüenza, como celos, como abandono, como ira. Son cualquier cosa que nos haga sentirnos tan incómodos que tenemos que huir
constantemente.
Nos escapamos a lo grande: expresamos nuestras
emociones reprimidas, gritamos, damos un portazo,
pegamos a alguien o tiramos un tiesto para no tener que
enfrentar lo que está ocurriendo en nuestro corazón. U
ocultamos los sentimientos amortiguando de alguna
manera el dolor. Podemos pasar toda la vida huyendo de
los monstruos que viven en nuestra cabeza.
Del libro:
Cuando Todo Se Derrumba
Pema Chödron