Cuando una relación se rompe, es prácticamente imposible ser amigo o amiga de la persona que todavía se ama. Los que defienden lo contrario no saben de qué están hablando. Una jovencita que llevaba varias semanas con depresión porque su novio la había dejado, todavía quería estar vinculada de alguna manera al muchacho: “Yo sé que ya no me quiere y que tiene una nueva chica… Pero sólo seremos amigos, amigos y nada más… Aunque tenga otra persona y no me quiera, no importa… Quiero seguir ahí de alguna manera… No soporto la idea de que ya no esté en mi vida…” Como es común en los casos de testarudez afectiva, el nuevo vínculo de “amistad” se volvió una tortura china.
Al convertirse en una buena amiga, comenzó a jugar el papel de confidente y escucha activa. No sólo tenía que aguantarse verlo con otra, sino que también debía oírle las intimidades afectivas y apoyarlo en decisiones que lo alejaban cada día más de una posible reconciliación. Con el transcurso de las semanas, la angustia se hizo cada vez más insoportable. Estar con la droga y no poder consumirla era penoso. Verlo, hablar con él y desearlo en silencio la llevaron, en un momento de desesperación e incapacidad, a atentar contra su vida, afortunadamente sin éxito. Luego de permanecer unos días en una clínica psiquiátrica, me dijo antes de salir: “Voy a pelar contra esto… Me cansé de sufrir… No quiero volver a saber de él… No se justifica una vida así… Cuando hay amor, la amistad queda incluida, pero si no puede haber más que amistad, el amor se vuelve un problema… No quiero tenerlo como amigo… No soy capaz…”
Para sobrevivir a la pérdida, algunos adictos afectivos se inventan un engendro amoroso que no es ni una cosa ni la otra: el “amigovio”, una mezcla de amigo adelantado y novio venido a menos, con toqueteo incorporado. No tardarán en aparecer variaciones sobre el mismo tema. Es posible que comencemos a ver “esposovios” (esposos que parecen novios), “amantosas” (una mezcla de amante, esposa y ventosa” y otros experimentos afectivos que permitan mantener la ilusión de un encanto que ya no existe.
Del libro:
Walter Riso