No hacer daño requiere estar despierto. Parte de estar despiertos es ralentizarnos lo suficiente como para tomar conciencia de lo que decimos y hacemos. Cuanto más vemos nuestras reacciones emocionales en cadena y entendemos su funcionamiento, más fácil es refrenarse.
En la raíz de todo el mal que causamos está la ignorancia, y empezamos a deshacerla a través de la meditación. Cuando nos damos cuenta de que no ponemos atención, de que raras veces nos refrenamos, de que apenas tenemos bienestar, eso no es confusión sino el principio de la claridad. A medida que transcurren los momentos de nuestras vidas, nuestra habilidad de hacernos los sordos, ciegos y mudos deja de funcionar. Y lo interesante de este proceso es que, en lugar de hacernos más rígidos, nos libera. Es la liberación que surge naturalmente cuando estamos completamente aquí, sin ansiedad, ante la imperfección.
Del libro:
Cuando Todo Se Derrumba
Pema Chödron