Los escépticos intelectuales, ocupantes del lugar del supuesto saber, están siempre dispuestos a ridiculizar y menospreciar a los que seguimos hablando desde el corazón, desde la panza, o desde el alma, a aquellos que hablamos más de emociones que de pensamientos, mas de espiritualidad que de gloria y más de felicidad que de éxito.
Si alguien habla del amor es un inmaduro, si dice que es feliz es un ingenuo o un frívolo, si es generoso es sospechoso, si es confiado es un tonto y si es optimista es un idiota. Y si acaso apareciera como una mezcla de todo eso, entonces los falsos dueños del conocimiento, asociados involuntarios del consumismo diletante, dirán que es un farsante, un improvisado y poco serio mercachifle (un chanta, como se dice en la Argentina).
Muchos de estos jerarquizados pensadores configuran a veces la peor de las aristocráticas y sofisticadas estirpes de aquellos que se muestran demasiado “evolucionados” como para admitir su propia confusión o infelicidad.
Otros están totalmente atrapados en su identidad y no están dispuestos a salir de su aislamiento por temo a que se descubra su falta de compromiso con el común de la gente.
A casi todos, seguramente, protegidos detrás de las murallas de su vanidad, les resulta difícil aceptar que otros, desde recorridos totalmente diferentes, propongan soluciones también diferentes.
Y sin embargo ya no se puede sostener el desmerecimiento de los vínculos y de la vida emocional. Cada vez mas la ciencia aporta datos sobre la importancia que tiene para la preservación y recuperación de la salud el contacto y el fluir de nuestra vida afectiva y lo Necesaria que es la vivencia vincular con los otros. Las investigaciones y los escritos de Carl Rogers, Abraham Maslow, Margarte Mead, Fritz Perls, David Viscott, Melanie Klein, Desmond Morris, y mas recientemente Dethefsen-Dahkle, Buscaglia, Goleman, Watzlawck, Bradshaw, Dyer y Satir, agregados a las impresionantes exploraciones y descubrimientos de Larry Dossey, nos obligan a replantear nuestros primitivos esquemas racionales de causa y efecto que la medicina y la psicología utilizaron tradicionalmente para explicar la salud y la enfermedad.
Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor y en nuestro interior, podremos percibir la ansiedad y la inquietud (cuando no el miedo) que despierta un posible encuentro nuevo. ¿Por qué?. En parte, porque todo encuentro evoca una cuota de ternura, de compasión, de ensamble, de mutua influencia de trascendencia y, por ende, de responsabilidad y compromiso.
Pero también, y sobre todo, porque significa la posibilidad de enfretarse con los más temidos de todos los fantasmas, quizás los únicos que nos asustan todavía más que el de la soledad: el fantasma del rechazo y el fantasma del abandono.
Por miedo o por condicionamientos, lo cierto es que tenemos una creciente dificultad para encontrarnos con conocidos y desconocidos.
El modelo de pareja o de familia perdurable es, cada vez mas la excepción en lugar de la regla. Las amistades y matrimonios de toda la vida han quedado por lo menos “pasados de moda”.
Los encuentros ocasionales sin involucración y los intercambios sexuales descomprometidos son aceptados sin sorpresa y hasta recomendados por profesionales y legos como símbolo de una supuesta conducta más libre y evolucionada.
El individualismo es presentado como el enemigo del pensamiento social, sobre todo por aquellos mezquinos que en el fondo desprecian las estructuras sociales o se aferran a ellas con una especie de fundamentalismo solidario que legisla lo que no sabe cómo enseñar.
Las estadísticas no son halagadoras. En nuestro país, en el quinquenio 1993-1998 hubo tantos divorcios como casamientos. Casi la mitad de los niños de las grandes ciudades viven en hogares donde está ausente uno de sus padres biológicos, cifra que seguramente irá en ascenso si, como se prevé, dos de cada tres nuevos matrimonios terminará en divorcio.
Y las estadísticas de patología individual no son menos inquietantes: aumentos de índices de depresión en jóvenes y ancianos, crecimiento de las conductas de aislamiento, falta de oferta de grupos de encuentro y menos programas de actividades posibles para personas solas cada año.
Con ayuda o sin ella, las relaciones de pareja son cada vez más conflictivas, las relaciones de padres e hijos cada vez mas enfrentadas, las relaciones entre hermanos cada vez menos sólidas, y la relación con nuestros colegas y compañeros de trabajo cada vez más competitiva.
Al decir de Allan Fromme, nuestras ciudades con sus altísimos edificios y su enorme superpoblación son el mayor caldo de cultivo para el aislamiento. No hay lugar más solitario que la ciudad de Nueva York un día de semana a la hora pico, rodeado de veinte millones de personas que también están solas.
Nosotros somos los responsables de resolver y cambiar esta situación para quienes nos siguen y para nosotros mismo.
Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay