Cuando nos hacemos más intuitivos y compasivos con nuestros enganches, sentimos espontáneamente más ternura por la raza humana. Conociendo nuestra propia confusión estamos más dispuestos a mancharnos las manos tratando de aliviar la confusión de los demás. Si no miramos a la esperanza y al miedo, viendo surgir los pensamientos y viendo la reacción en cadena que les sigue, si no estamos entrenados a aguantar esa energía sin dejarnos arrastrar por el drama, entonces siempre tendremos miedo. El mundo en que vivimos, la gente que conocemos, los animales que surgen en los pasadizos: todo se volverá cada vez más peligroso.
Por eso empezamos por mirar dentro de nuestras propias mentes y corazones. Probablemente empecemos a mirar porque nos sentimos inadecuados o doloridos y queremos poner nuestro mundo en orden, pero gradualmente nuestra práctica irá evolucionando.
Empezaremos a entender que, como nosotros, mucha otra gente está enganchada en el miedo y la esperanza.
Vayamos donde vayamos vemos el dolor y la desgracia que produce la aceptación de los ocho dharmas mundanos (placer y dolor, pérdida y ganancia, alabanza y culpabilidad, fama y ofensa). . También se hace muy obvio que la gente necesita ayuda y que no hay manera de ayudar a nadie si no empezamos por nosotros mismos.
Empieza a cambiar la motivación que nos dirigió a la práctica y deseamos ser más pacíficos y razonables en beneficio de los demás. Seguimos queriendo ver cómo funciona nuestra mente y cómo nos dejamos seducir por el samsara, pero no lo hacemos sólo por nosotros mismos, también lo hacemos por nuestros compañeros, nuestros hijos y nuestros jefes; se trata de resolver todo el dilema humano.
Extracto del libro:
Cuando Todo Se Derrumba
Pema Chödron