miércoles, 9 de abril de 2014

HIJOS BIOLOGICOS Y ADOPTADOS


El primer embarazo de mi esposa no lo diagnosticó el obstetra, lo diagnosticó mi clínico. Sucedió que en dos semanas yo engordé 5 kilos, me sentía mareado, tenía náuseas, y fui a ver a mi médico. El me revisó y me dijo:

- ¿No estará embarazada Perli?

Yo le dije que no porque realmente no sabíamos nada. Así que volvía a casa y le dije a mi esposa:

- ¿Estás embarazada vos?

- No, tengo un atraso de una semana, pero no creo...

Y ocho meses después nacía Demián.

Todos los hombres han sentido envidia de no ser capaces de llevar en la panza a sus hijos, y esta envidia tiene muchos matices y redunda en muchas actitudes. Pero sobre todo, en una sociedad que carga al varón con mucho peso respecto de la responsabilidad, una sociedad que frente a un embarazo lo que les dice a las mujeres es: “Que suerte, te felicito”, y a los hombres le dice: “Se acabó la joda, macho, ahora si que vas a tener que yugar (chambear muy duro)”... yo me pregunto: ¿Cómo el hombre no va a tener ganas de irse al cuerno?. ¿No seremos nosotros los que estamos condicionando estas respuestas dándole tanto lugar de privilegio al amor de la madre y desplazando el lugar amoroso del padre?.

Desde el punto de vista de mi especialidad, siempre sé que hay un trastorno severo previo en alguien que no querer a su propio hijo. Pero también se que no necesariamente hay un trastorno estructural severo en alguien que no quiere a su papá o a su mamá. Sufrirá, y padecerá la historia de no quererlos, pero no forzosamente tiene un trastorno de personalidad.

Uno podría pensar que, por la continuidad genética, este fenómeno de la vivencia de prolongación sucede sólo con los hijos biológicos. Pero no es así. A los hijos adoptivos se los quiere exactamente igual, con la misma intensidad y la misma incondicionalidad que a los hijos naturales, y esto es fantástico. Adoptar no quiere decir criar ni anotar oficialmente a alguien en nuestra libreta matrimonial, significa darle a ese nuevo hijo el lugar de ser una prolongación nuestra.

Cuando yo adopto verdaderamente desde el corazón, mi hijo es vivido por mi como si fuera un pedazo mío, exactamente igual, con la misma amorosa actitud y con la misma terrible fusión que siento con u n hijo
biológico.

Y así como ambos llegaron a nuestras vidas por una decisión que tomamos, así, nuestros hijos, biológicos o adoptados, son vividos como una materialización de nuestro deseo y también como la respuesta a alguna insatisfacción o necesidad de reparación. Por eso los condicionamos con nuestras historias, las buenas y malas. Los educamos desde nuestras estructuras mas sanas y también desde nuestro lado mas neurótico, lo cual, como digo siempre un poco en broma y un poco en serio, quizás no sea tan malo para ellos. Pobres de mis hijos si les hubiese tocado tener dos padres normales, carentes de un nivel razonable de neurosis.

¡Imagínense!, aterrizar sin entrenamientos en un mundo como el que vivimos, lleno de neuróticos... sería un martirio.

Con Perla y conmigo, mis afortunados hijos simplemente salieron a la calle y dijeron:

“¡Ah!. ¡Es como en mi casa!. ¡Está todo bien!”...
Aprendieron a manejarse con padres neuróticos para poder manejarse en la vida. Lo digo en tono irónico, pero es cierto.

A nuestros hijos les sirve nuestra neurosis porque, les guste o no, van a vivir inmersos en una sociedad neurótica. Decía Erich Fromm: “Si a mi consultorio llega un hombre sano, mi función sería neurotizarlo suficientemente para que pudiera vivir adaptado”.

Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay