miércoles, 25 de junio de 2014

LA FAMILIA COMO TRAMPOLIN


La casa donde vivió el niño que fui y las personas con las que compartí mi vida familiar fueron el trampolín hacia mi vida adulta.

La familia siempre es un trampolín y en algún momento tenemos que plantarnos allí y saltar al mundo de todos los días.

Si al saltar del trampolín me quedo colgado, dependo, y finalmente nunca hago mi viaje.

Que bueno sería animarse a saltar del trampolín de una manera espectacular.

Esto es posible si el trampolín es saludable. Si la relación familiar es sana. Si la pareja es soportativa.

Este trampolín tiene cuatro pilares fundamentales. Tan fundamentales que si no son sólidos, ningún chico 
puede caminar por el sin caerse.

El primer pilar es el amor 
Un hijo que no se ha sentido amado por sus padres tiene una historia grave: le será muy difícil llegar a 
amarse a si mismo. El amor por uno mismo se aprende del amor que uno recibe de los padres. No quiere decir 
que no se pueda aprender en otro lado, sólo que este es el mejor lugar donde se aprende. Por supuesto que 
además un niño que no ha sido amado no puede amar, y si esto sucediera para que saldría a encontrarse con 
los otros.

El trampolín que no tiene este pilar es peligroso. Es difícil caminar por el. Es un trampolín inestable. 

El segundo pilar es la valoración
Si la familia no ha tenido un buen caudal de autovaloración, si los padres se juzgaban a si mismo como poca 
cosa, entonces el hijo también se siente poca cosa.

Si uno viene de una casa donde no se lo valora, a uno le cuesta mucho valorarse. Las casas con un buen 
nivel de autoestima tiene trampolines adecuados. Dice Virginia Satir: “En las buenas familias la olla de 
autoestima de la casa está llena”. Quiere decir: los papás creen que son personas valiosas, creen que los hijos 
son valiosos, papá cree que mamá es valiosa, mamá cree que papá es valioso, papá y mamá creen que su 
familia es valiosa y ambos están orgullosos del grupo que armaron.

Cuando un hijo llega a la casa y dice: “¡Que linda es esta familia!”, ahí sabemos que el trampolín está entero.

Cuando el chico llega a la casa y dice: “¿Me puedo ir a vivir a lo de la tía Margarita?”... estamos en 
problemas.

Cuando un padre le dice a un hijo: “¡Porque no te vas a vivir con la tía Margarita!”, también algo complicado 
está pasando.

El tercer pilar
Las normas deben existir con la sola condición de no ser rígidas, sino flexibles, elásticas, cuestionables, 
discutibles y negociables. Pero tienen que estar.
Así como creo que las reglas en una familia están para ser violadas y que será nuestro compromiso crear 
nuevas, creo también que este proceso debe apoyarse en un tiempo donde se haya aprendido a madurar en 
un entorno seguro y protegido. Este es el entorno de la familia. Las normas son el marco de seguridad y 
previsibilidad necesario para mi desarrollo. Una casa sin normas genera un trampolín donde el hijo no puede 
plantarse para saltar...

El último pilar es la comunicación
Para que el salto sea posible, es necesaria una comunicación honesta y permanente.

Ningún tema ha sido mas tratado por los libros de psicología como el de la comunicación. Léanlos en pareja, 
discútanlo con sus hijos, chárlenlos entre todos con el televisor apagado... Esta es una manera de fortalecer la 
comunicación, pero no es la mas importante. La fundamental es aquella que empieza con las preguntas dichas 
desde el corazón: ¿Cómo estás. ¿Cómo pasaste el día?. ¿Querés que charlemos?...

Y sobre este pilar, exclusivamente sobre este pilar, se apoya la posibilidad de reparar los demás pilares.

Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay