martes, 17 de junio de 2014

LAS CUATRO FASES DEL DUELO


En situaciones de pérdida afectiva, como por ejemplo la muerte de un familiar querido o la ruptura de una relación significativa, la naturaleza nos imprime una resignación obligatoria para que no malgastemos nuestra energía vital esperando un imposible.

Como si nos dijera: «¡Ya no insistas, se ha ido!». El duelo es la manera natural en que nos despojamos de toda esperanza para aceptar los hechos y hacer que el principio de realidad se imponga sobre el principio del placer. El duelo no elaborado, mal procesado o interrumpido tiene lugar cuando los sujetos se resisten a entrar en la sana desesperanza («Ya nada puede hacerse») y apelan a una especie de momificación psicológica de la persona ausente. La famosa película Psicosis, de Alfred Hitchcock, es una muestra dramática y terrorífica de una pérdida no resuelta por parte de un joven psicológicamente enfermo (Norman Bates) ante la muerte de su madre.

El duelo es una respuesta no aprendida, normal y útil, que posee, al menos, cuatro fases. Se calcula que puede durar de seis meses a un año, dependiendo de la cultura y la historia previa del sujeto.
  • En la primera etapa hay un embotamiento de la sensibilidad; el sujeto se siente aturdido e incapaz de entender lo ocurrido (puede durar horas o semanas). Sin embargo, cuando la dinámica se ve alterada, los deudos se quedan inmovilizados en este punto. El aturdimiento se transforma en insensibilidad y reaccionan como si nada hubiera pasado, cuando en realidad están destrozados por dentro. A los ojos de cualquier observador desprevenido, todo parece normal e incluso suele alabarse la fortaleza del que sufre la pérdida; no obstante el estancamiento va acumulando sentimientos y pensamientos de todo tipo, hasta que un día esa energía reprimida explota en forma de crisis tardía. Como quien dice: «La procesión va por dentro». La aparente lucidez no era más que un mecanismo de defensa. Esta suspensión del procesamiento emocional se denomina: ausencia de aflicción consciente, y cuando ocurre se requiere de ayuda profesional.
  • La segunda etapa se caracteriza por el anhelo y la búsqueda. La persona que ha sufrido la pérdida, sencillamente, no la acepta. Aquí pueden aparecer manifestaciones como llanto, congoja, insomnio, pensamientos obsesivos, sensaciones de presencia de la persona ausente (y obviamente visitas a videntes y brujos), cólera y rabia... en fin, se intenta restablecer inútilmente el vínculo que se ha roto. Es una etapa de ansiedad y desesperación en la que el sujeto no quiere darse por vencido (puede durar de dos a tres meses).
  • En una tercera etapa, pese al dolor, el sujeto empieza a ver la realidad y a admitir la pérdida. Ve las cosas como son y, lógicamente, se agudiza la tristeza (puede durar entre dos y tres meses). Si la persona se queda en esta etapa, sobreviene la depresión y con ella un trastorno conocido como duelo crónico o trastorno de adaptación, que requiere de ayuda profesional.
  • La cuarta etapa es la fase de reorganización y es cuando se origina la renuncia de toda esperanza por recuperar el ser que se ha ido. El individuo retoma la inicia tiva y las ganas de vivir. Aquí se estructuran y se asimilan los nuevos roles que hay que desempeñar y tiene lugar el comienzo de una nueva vida.
Los terapeutas que acompañan en este proceso a sus pacientes están muy atentos a que las personas no se queden estancadas en ninguna de las fases ni las pasen por alto. Si aplicamos los pasos señalados a la pérdida afectiva que te mortifica, es de esperar que: (a) te aturdas, (b) intentes recuperar a la persona amada, (c) bordees la depresión, y(d) finalmente reorganices tu vida. El amor enquistado será absorbido por el organismo de manera natural y sin necesidad de martillazo alguno.

La pregunta más frecuente que me hacen sobre este tema es: ¿y si apareciera alguien cuando todavía no he completado mi duelo? Resumo la respuesta: «No hay que apresurarse. Si conoces a alguien que vale la pena, ve despacio; no tienes que enrollarte emocionalmente de un día para el otro. Una buena compañía, un soporte afectivo, puede ayudarte a fluir mejor y sufrir menos, pero si precipitas las cosas, ya sea porque necesitas que te amen, porque no soportas el dolor de la pérdida o simplemente porque quieres vengarte, tendrás dos clavos en vez de uno, o el mismo de siempre, pero más hundido. Llegará el momento en que recuerdes a tu ex sin tanto dolor y entonces estarás listo para amar nuevamente, mucho mejor y en paz».

Extracto del libro: 
Manual Para No Morir de Amor 
Walter Riso