Lo que la sociedad nos enseñó a atesorar no vale nada. Lo que la historia nos legó como honor, patria, deber, etc., no vale nada, porque tú tienes que vivir libremente el ahora, separado de los recuerdos que están muertos; sólo está vivo el presente y lo que tú vas descubriendo en él como real. Lo que tú llamas «yo» no eres tú, ni eres tampoco tu parentela, ni tu padre, ni tu madre, porque eres hijo de la vida. En donde quiera que haya sufrimiento hay identificación con el «yo», con una cosa, y en donde hay conflicto es que existe identificación del yo con un problema, con un obstáculo que pone la mente. Esto es matemático. Tomamos de la vida lo no real. Le tenemos mucho miedo a la verdad, y preferimos hacer ídolos con la mentira.
«Dicen que hubo un señor que descubrió en la antigüedad el arte de hacer fuego. Lleno de alegría quiso comunicar su arte a las demás tribus. Se fue a una tribu del norte, en que hacía mucho frío, y les enseñó el invento. Lo aprendieron en seguida y estaban tan contentos que fueron a darle las gracias al maestro. Pero éste ya se había ido, porque era un hombre grande que sólo le importaba el bien del prójimo. Entonces siguió a otro lugar a enseñar el arte de hacer fuego, pero en esta tribu, primero lo recibieron los sacerdotes, que se quedaron perplejos, ¿De dónde venia la magia con la cual hacía este hombre el fuego?. Al ver el éxito que el fuego tenía en la tribu, los sacerdotes tuvieron celos y asesinaron al maestro, pero — para que el pueblo no los culpase —hicieron una gran escultura de él y, junto con el invento de hacer fuego, lo subieron a un pedestal para que toda la tribu lo venerase. Y en aquel pueblo ya nunca hubo fuego, sino veneración y alabanzas».
Tenéis que comprender que la verdadera oración es el fuego, y no la veneración ni la adoración de una imagen. ¿Donde está el fuego?. «Yo he venido a traer fuego para que arda», dijo Jesús. Hay muchos sacerdotes, pero pocos que sepan hacer fuego. El fuego es el amor. Tú no puedes tener el amor, es el amor el que te tiene a ti, y te cambia y te acrisola. La felicidad y el amor van juntos; pero no producen emociones, ni excitación, porque esto es enemigo de la felicidad. Tampoco producen aburrimiento, porque la felicidad nunca te harta cuando es, de verdad, felicidad. Y no te harta porque existe donde no existe el «yo». La felicidad es un estado de continua consciencia. Si tú eres consciente de una cosa, la puedes controlar siempre y verla tal cual es. Si no eres consciente, esa cosa te domina.
Sólo si amas serás feliz, y sólo serás feliz si amas. Y amar es un estado que no elige a quien amar, sino que ama porque no puede hacer otra cosa: porque es amor.
Si oyes un solo instrumento en la sinfonía del amor, es privarte de la armonía del concierto. Amar es escucharlos todos.
Extracto del libro:
La Iluminación es la Espiritualidad
Anthony de Mello