viernes, 7 de noviembre de 2014

EL CUENTO DEL MONO FEDERICO

La sexualidad es para el ser humano, mas que para ningún otro ser vivo, una fuente de placer.

En la especie humana, el encuentro sexual se produce, las mas veces, sin estar ligado a la intención de procrear.

Pero como en nuestra cultura no hay placer sin culpa, entonces hablar de sexualidad aparece la historia del placer culposo.

Cuando éramos chicos, la masturbación era una historia dramática, terrible y peligrosa que las madres y los padres censuraban y criticaban.

Algunos de los mitos que excedían el castigo de Dios era para los varones, la amenaza del crecimiento de pelos en las palmas de las manos... o de volverse tarado... o de terminar locos (algunos hemos quedado un poco locos pero dudo que sea sólo por eso).

Para las mujeres, la censura amenazaba con el peligro de lastimarse y no poder tener hijos cuando fueran grandes.

Los padres de hoy aprendimos que la masturbación es parte de la evolución normal de nuestros hijos, y al comprenderlo hemos dejado de hacer de la exploración que efectúan en sus propios cuerpos un motivo de persecución o de miradas censuradoras.

Afortunadamente, la sexualidad ya no es una cosa vedada de la que los chicos no puedan hablar.

Sin intención de ser excluyente, me parece importante aclarar que me propongo escribir aquí sobre el encuentro heterosexual entre adultos sanos (o mejor dicho, crecidos no demasiado neuróticos.)

Me contaron un cuento muy divertido.


Una señora va a una aerolínea a comprar dos pasajes en primera clase a Madrid. En la conversación, al pedir los nombres de los pasajeros el empleado descubre que el acompañante de la señora es un mono. La compañía se opone y el argumento de que si ella paga el pasaje puede viajar con quien quiera es radicalmente rechazado.

Si bien en un principio la compañía adopta esta actitud, una oportuna corta de recomendación de un político de turno logra que le den un permiso para llevar al mono, no en un asiento sino en una jaula, como marcaba la norma, tapado con una lona, pero en la zona de equipaje de las azafatas en el fondo de la cabina del avión.

La mujer acepta la negociación de mal grado y el día del vuelo sube al avión con la jaula cubierta con una lona verde que llevaba bordado el nombre del mono: FEDERICO. Ella misma lo traslada al estante de puerta de tijera del fondo y se despide de el. “Pronto estaremos en tu tierra, Federico , como se lo prometí a Joaquín”.

Da un vistazo para controlar el lugar y vuelve a primera clase a acomodarse en su asiento.

A mitad del viaje, una azafata muy atenta tiene la ocurrencia de convidar al mono con una banana, y para su sorpresa, se encuentra con que el animal está tirado inmóvil en el piso de la jaula. La azafata ahoga un grito de horror y llama al comisario de a bordo, no tan preocupada por el mono como por su trabajo. Todos sabían que la señora dueña del mono venía muy recomendada.

En el avión se arma un tremendo desparramo. Todos corren de aquí para allá. El comandante se acerca a Federico y le hace respiración boca a boca y masaje cardíaco. Durante mas de una hora intentan reanimarlo, pero no ocurre nada. El animal está definitivamente muerto.

La tripulación decide enviar un cable a la base para explicar la situación. La respuesta que reciben tarda media hora e llegar. Hay que evitar que la pasajera se entere de lo sucedido. “Si la señora hace un escándalo posiblemente los dejen a todos en la calle.

Tenemos una idea. Sáquenle una foto al mono y mándenla por fax al aeropuerto de Barajas en Madrid. Nosotros daremos instrucciones para reemplazar el simio apenas aterrice el avión”.

El personal a cargo efectúa la orden al pie de la letra. Envían la foto y en el aeropuerto ya se están llevando a cabo los preparativos para la operación de sustitución. Mientras esperan que el avión aterrice, comparan la foto del mono de la pasajera con el mono conseguido. Al mono muerto le falta un diente, entonces le arrancan uno con una tenaza al falso Federico. Luego ven que aquel tiene una marca rojiza en la frente, así que con matizador maquillan al mono nuevo. Detalle por detalle arreglan las diferencias hasta que finalmente un rápido hachazo equipara el largo de sus colas. Terminan el trabajo justo, justo cuando el avión aterriza. Las asistentes suben rápidamente, sacan a Federico de la jaula, lo tiran al cesto de basura y ponen al mono nuevo en su lugar. Lo tapan con la lona y el comisario es designado para entregarlo.


Con una sonrisa, el hombre entrega la jaula a la señora mientras dice:
- Señora, su mono
La señora levanta la lona y dice:
- ¡Ay Federico!. Estamos otra vez en tierra.
Pero cuando lo mira bien, exclama:
- ¡Este no es Federico!.
- ¿Cómo que no es?. Miré tiene rojizo acá, le falta el dientito...
-¡ Este no es Federico!
- Señora, todos los monos son iguales, ¿cómo sabe que no es Federico .
- Porque Federico... estaba muerto.

Y entonces todos se enteran de lo que nunca pensaron. La señora llevaba al mono a España para enterrarlo, porque era una promesa que le había hecho a su marido antes de morir.

Lo cierto del cuento es que nadie sabe mejor que yo lo que llevo en mi equipaje, lo que yo llevo lo sé yo.

¿Quién me va a decir a mi como tengo que viajar?
Elegí este cuento como comienzo para decir que no se puede hablar de sexo desde otro lugar que no sea el de la propia experiencia, que es el equipaje que cada uno carga.

Como en estas cosas no hay verdades reveladas, y si las hay yo no las tengo, no es necesario aclarar que las cosas que digo pertenecen a lo que yo como terapeuta, como persona y como individuo sexuado que vive en esta sociedad que compartimos. Por lo tanto, se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con ellas, es decir, no tienen por que ser valederas para todos.

En primer lugar, hace falta desmitificar algunas creencias que hemos heredado sobre nuestra sexualidad.

La primera es que el sexo saludable, pleno, disfrutable, inconmensurable y no se cuántos “-ables” mas, y que tiene que venir por fuerza ligado al amor.

Es una idea interesante, falsa pero interesante.

Tanto ligamos el sexo al amor que hablamos de “hacer el amor” como si fuera sinónimo de encuentro sexual.

Y la verdad es que no son sinónimos.

Extracto del libro:

El Camino del Encuentro
Jorge Bucay
Fotografía tomada de internet