Culturalmente nos enseñan que tener sexo es hacer el amor. Sobre todo a las mujeres. Durante muchísimos años, y todavía hoy, aunque parezca mentira, a las mujeres, pero solo a ellas, se les enseñó que el único sexo permitido era el que estaba ligado al amor.
Se les enseñó que tener sexo sin amor era impertinente, sucio, feo, malo, dañino, perverso o, por lo menos, no era de chicas bien. Así, antes de casarse podían amar a cualquiera, pero coger... con nadie.
Con todo derecho, habrá quienes piensen que los tiempos han cambiado, que la cosa no es tan así, que la educación de las mujeres hoy en día es otra, que han ido evolucionando y liberándose de muchas cosas que sus madres y sus abuelas les enseñaban.
Y es verdad.
Sin embargo, hay manifestaciones de esta diferenciación injusta y discriminadora respecto de lo sexual que siguen sin cambiar.
Mal que nos pese, en esta cultura y en nuestros países seguimos educando sexualmente de manera diferente a varones y mujeres.
Pero sobre todo, mas allá de la voluntad de educar con igualdad, los viejos condicionamientos se siguen filtrando.
En ¿Para que sirve un marido?. Mercedes Medrano dice algo mas o menos así:
“Yo soy una mujer soltera, tengo 40 años, soy periodista, vivo sola, no dependo de nadie, no tengo pareja, tengo una casa, me pago los gastos y hago lo que quiero con mi vida. Y entonces, cada vez que yo quiero ligar con alguien (ligar en España es el equivalente de fifar) yo digo que éste es mi derecho y que yo puedo acostarme con quien quiera porque mi cuerpo es mío y después de todo, me digo, el placer sexual y el orgasmo me pertenecen a mi, no tengo que rendirle cuentas ni darle explicaciones a nadie, así que tengo por que establecer compromisos posteriores con alguien con quien yo me vaya a la cama porque tengo la misma libertad que los hombres de hacerlo. Así que elijo al tío que me gusta y lo invito a mi departamento y me acuesto con el y tengo sexo sólo porque así lo decido y sólo porque mi cuerpo es mío y me pertenece. Y me acuesto diciéndome todo esto. Y cuando me levanto, irremediablemente... estoy enamorada”.
Ella cuenta esto para dar a entender que si bien en teoría todo queda muy claro, la educación sexual que ella y su madre y su abuela han recibido sigue condicionando su conducta. El aprendizaje es que si hubo sexo, después tiene que haber amor, porque si no el producto queda como bastardeado.
Yo no tengo nada en contra de que el amor venga incluido. Lo que detesto es la idea de que sea imprescindible. Pero, sobre todo, detesto la idea discriminadora de creer que hay una diferencia entre la sexualidad de los hombres y la sexualidad de la mujer.
Por supuesto, hay una diferencia en lo anatómico, hay una diferencia en la función o en la forma, pero así como creo que los hombres y las mujeres tienen la misma disposición y la misma posibilidad de crecer, de evolucionar, de decir y de pensar, creo que tienen la misma capacidad y las mismas limitaciones en la sexualidad.
Excepto en aquellos aspectos pautados socialmente.
Excepto en la conducta derivada de las creencias que algunos han sembrado en nosotros y que nosotros seguimos sosteniendo .
Hay que deshacerse de esas creencias discriminadoras. Creo que de algunas ya nos hemos deshecho, pero todavía quedan rastros.
Si le preguntamos a un grupo de 100 mujeres y hombres en la Argentina si están dispuestos a admitir que su pareja alguna vez ha tenido un desliz sin importancia, mas del 75% de las mujeres lo admitirán en privado y menos del 10% de los hombres, aceptarán la remota posibilidad.
No hay correspondencia entre lo que creen los hombres y lo que creen las mujeres.
Las estadísticas indican que parece mas lícito para una mujer que para un hombre pensar que quizá su pareja haya tenido un desliz.
La pregunta es: ¿por qué?
Por que es mas lícito para un hombre tener aventuras.
¿Por qué pensar que un hombre podría y una mujer no?.
Entonces... me acuerdo de cuando éramos chicos. A los varones nos decían:
“Cogete a todas, menos a tu novia”.
Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
tomada de internet
Jorge Bucay
Fotografía