jueves, 19 de marzo de 2015

MINIMIZAR LOS PROBLEMAS O «NO ES TAN GRAVE»


Cuatro maneras de idealizar al ser amado y distorsionar la realidad a favor del «amor»

3.- MINIMIZAR LOS PROBLEMAS O «NO ES TAN GRAVE»

Hay personas que se pasan la vida guardando la porquería debajo de la alfombra, hasta que un día (siempre ocurre así) la montaña de suciedad se hace tan grande que los obliga a mirar debajo. Y es en este punto, cuando ya no tienen escapatoria y la realidad les pega de frente, cuando se sirven de la estratagema de minimizar: «No es para tanto» o «No me parece tan grave». 

Aquí no se ignoran los problemas; se reducen o se interpretan benévolamente, cuando no lo son. Mientras que en el caso anterior se exagera lo bueno para construir un paraíso emocional ficticio, en éste se pone la lupa al revés y todo se hace imperceptible. Veamos dos casos.

A. «No son golpes mal intencionados»

Un paciente era víctima de una mujer extremadamente agresiva que lo golpeaba con frecuencia. Asistió a mi consulta porque la esposa le había tirado una plancha en la cabeza y tuvo que ir de urgencias al hospital. Una vez allí, animado por su familia, intentó poner una denuncia de maltrato; no obstante, el comisario de turno lo sacó de un brazo diciéndole que en su comisaría no se atendían a «hombres afeminados y enclenques ». Con la cabeza vendada y el ego malherido empezó a asistir a sesiones de psicoterapia, pues tenía la esperanza de que su esposa aprendiera a controlar un poco su carácter. Lo que sigue es parte de una conversación que sostuve con él:

Terapeuta (T): ¿Cuántos años lleva sufriendo este maltrato?
Paciente (P): Unos quince...
T: Es mucho tiempo... ¿Nunca la ha denunciado?
P: No exagere, mi mujer no es una criminal.
T: No, no lo es... Tiene razón... Sin embargo, ¿no cree que la sutura que le hicieron en la cabeza, el hematoma y los exámenes neurológicos son para preocuparse?
El desenlace podría haber sido fatal.
P: La mayoría de las veces sólo son insultos y empujones...
T: ¿No le molesta que lo insulten y empujen?
P: Eso pasa en casi todas las parejas.
T: Siento discrepar, pero no es así.
P: Cuando hay amor, todo se supera, y ella es una buena persona... El único problema es que tiene un carácter muy fuerte...
T: ¿Le teme?
P: ¿A ella?
T: Sí.
P: Un poco, pero no siempre... Es manejable... No es que yo me quede quieto y no intente defenderme, pero pienso mucho las cosas antes de decirlas o hacerlas.
T: ¿Por qué ha pedido ayuda?
P: Mi familia insistió, pero yo creo que no es necesario.
T: ¿Le parece bien que yo hable con ella?
P: Me parece bien.

A cada pregunta mía se encogía de hombros, como diciendo: «No vale la pena».

Podemos empequeñecer la vida misma si se nos antoja. Mi paciente tenía un problema de evitación crónica y falta de asertividad que lo llevaba a menospreciar los hechos negativos de su pareja y a no medir sus consecuencias reales. Sólo una terapia intensa y a largo plazo logró que pudieran tener una relación más funcional. La señora logró disminuir sus episodios de conducta agresiva y mejorar el autocontrol, y mi paciente aprendió a no minimizar la información real y a ser más asertivo.

B. «Dios aprieta, pero no ahoga»

Recuerdo el caso de una mujer muy dependiente, quien se había casado con un hombre alcohólico y muy violento. La táctica defensiva de mi paciente en el momento de ser atacada por el marido consistía en taparse la cara con las manos y repetirse a sí misma en voz alta, una y otra vez: «¡Dios aprieta, pero no ahoga! ¡Dios aprieta, pero no ahoga!». Su creencia era que Dios nos presenta infinidad de dificultades para crecer y aprender, pero jamás pretende hacernos daño. Más allá del respeto que me merecía su manera de pensar, traté de hacerle caer en la cuenta de que en su caso, el que apretaba y podía ahogar no era Dios, sino su marido. Le sugerí que reflexionara sobre un dicho popular que es aceptado por las personas que compartían sus creencias religiosas:

«A Dios rogando y con el mazo dando».

Tengo serias dudas de que un ser superior nos «apriete» para que tomemos conciencia y reaccionemos, y tampoco creo que tal estrujamiento justifique la violación de los derechos humanos. Sin embargo, mi paciente estaba embebida en un monumental mecanismo de defensa muy difícil de desmontar. En una sesión me aseguró:

«Algo deberé aprender de esto, algo querrá decirme la vida». 

Le respondí que quizá la vida, la naturaleza, Dios o el Cosmos le estaban sugiriendo que corriera lo más lejos posible y denunciara al infractor, pero no me hizo caso.

Hay formas más civilizadas y humanas de aprender que someterse a la tortura (aunque algunos todavía creen que «la letra con sangre entra»). Ella pensaba que su marido era un instrumento casi divino que le permitía purificarse. No sólo lo idealizaba, lo santificaba. Un asesor religioso logró sacarla adelante y aprendió a relacionarse con su Dios de una manera menos autodestructiva.

Extracto del libro: 
Manual Para No Morir de Amor 
Walter Riso
Fotografía de internet