viernes, 26 de junio de 2015

EL AMOR NO TIENE EDAD, PERO LOS ENAMORADOS SÍ


Feliz aquel que fue joven en su juventud;
feliz aquel que supo madurar a tiempo.

ALEKSANDER PUSHKIN

En los ojos del joven, arde la llama;
en los del viejo, brilla la luz.

VÍCTOR HUGO

¿El amor no tiene edad? Quizá sea verdad: nos podemos enamorar a los cien años de un adolescente o de la maestra del colegio cuando apenas somos unos párvulos.

Parece que el amor no respeta cronologías: suelta sus redes y ahí quedamos atrapados, todos contra todos, sin importar la época. No obstante, si bien es cierto que el amor parece no tener edad, los enamorados sí la tienen. «Yo de cuarenta y tú de veinte », dice una canción romántica popular tratando de mostrar que no es tan fácil poner en equilibrio las diferencias cronológicas. O la inversa: «Yo de veinte y tú de cuarenta, cincuenta o sesenta...». Aunque el flechazo amoroso no respeta años ni condición social, la convivencia sí lo hace. Hay que poner el sentimiento amoroso en su sitio, no atribuirle la responsabilidad total y aceptar que cuando cruzamos longevidad y afecto, la cuestión es más compleja de lo que parece.

Una paciente de cincuenta y dos años, separada y con dos hijos mayores, se enamoró de un joven a quien doblaba la edad. No juzgo las intenciones del enamorado, pero el hecho de que ella fuera una persona muy adinerada creaba cierta susceptibilidad en las personas de su entorno y especialmente en su familia, que se oponía a la relación. Pese a la protesta enfática de los demás, ella dio rienda suelta a su «noviazgo » y lo hizo abierto y público, sin esconder nada. A diferencia de lo que hacen algunas mujeres famosas y adineradas, que mantienen relaciones amorosas con un hombre guapo y joven para disfrutarlo un tiempo (a sabiendas de que muy probablemente no durará toda la vida), mi paciente, que era una romántica empedernida, tomó un rumbo distinto: se enamoró y quiso formar una pareja estable. No buscaba tener una aventura, sino un marido con todas las de la ley. En una sesión me dijo: «Quiero casarme y no soy tan vieja para tener hijos»; sus expectativas eran serias y decididas.

Las del hombre eran un poco más cautelosas: «Por ahora no quiero tener hijos y el matrimonio me asusta un poco». Ella comenzó a ayudarlo económicamente, le pagó un máster en la universidad y le alquiló un apartamento, sin sentirse mal por ello. En cierta ocasión le pregunté cuánto creía que pesaba el dinero en su relación, a lo cual respondió, de manera categórica, que en el amor que ellos sentían no había intereses crea dos. Sin embargo, unos días después, el futuro consorte le hizo una propuesta algo incómoda: «Si realmente me quieres, compra una casa y ponla a mi nombre». Y como el amor a veces es quisquilloso, esta solicitud produjo en mi paciente una decepción radical. Consternada y abatida, primero dudó y luego decidió no verlo más, pese a sus sentimientos. Obviamente no se debe generalizar y pensar que todas las personas que se «enamoran» de alguien mayor y acaudalado sean malintencionadas o explotadoras, pero que a nadie le quepa duda: los «cazafortunas» abundan y rondan el patrimonio.

Si lo que buscas es una aventura, da lo mismo, pero si lo que quieres es una relación «seria», es mejor que empieces a enfriar un poco los ímpetus y que tus decisiones sean más razonadas y razonables. Recuerda que la brecha inicial de los años se ahonda a medida que transcurre el tiempo, y la diferencia que es llevadera al comienzo se hace más pesada a medida que los años van pasando. No digo que no se pueda, sino que es importante prepararse para ello. Por ejemplo, no es lo mismo una diferencia de veintidós años cuando se es relativamente joven (por ejemplo, dieciocho y cuarenta) que a una edad mayor (por ejemplo, cincuenta y setenta y dos). Aunque sean «numéricamente» los mismos «veintidós», las necesidades cambian, las metas se revisan, el impulso se sosiega y la visión del mundo va transformándose. Insisto: no pienso que sea imposible, pero no es fácil cuando uno se proyecta a medio o largo plazo.

Extracto del libro: 
Manual Para No Morir de Amor 
Walter Riso
Fotografía de internet